viernes, 16 de junio de 2017

AUDIOLIBRO. Hasta que la muerte nos reúna. Capitulo 7



Aquí tenemos ya el séptimo capitulo, narrado con la voz de Plissken Mysterios. Ya sabéis, suscribiros a sus podcast Mision de audaces y Aqui huele a muerto. Podeis seguirle en Twitter como @misiondeaudaces

No os dejéis morder...

domingo, 11 de junio de 2017

Hasta que la muerte nos reúna. Capítulo 40

Caminaba por el huerto de Soledad, regando la plantación. Aun no estaban maduros los tomates para recolectarlos. Aun así, encontró uno que se guardó para más tarde. Le encantaban los tomates. Paseaba por todas las plantaciones, animando a sus agricultores y ofreciéndoles algo para beber. Desde dentro del hotel, Chari, la llamaba insistentemente. Al no entenderla lo que decía, se acercó a ella.
-Marta, -le dijo- en el despacho de Andrés hay alguien que pregunta por ti.
-¿Por mí? –preguntó extrañada
-Si, será mejor que vayas enseguida. –expuso

Por un momento, se llenó de alegría al pensar que podría ser el. Estaba emocionada. Corrió lo más que pudo, subiendo los peldaños de dos en dos. Al llegar al despacho y abrir efusivamente la puerta, se decepcionó.
-¿Tu? –preguntó decepcionada
-Hola Marta, -saludó Dani- siento que no fuera quien tu esperabas.
-¿Qué ha pasado? ¿está bien? –comenzaba a ponerse muy nerviosa
-Antes de morir, -lo dijo sin preámbulos- escribió una carta para ti. Me pidió personalmente que te la entregara. Lo siento.

Dani le entregó la carta, y se despidió. Marta, por su parte, abrió el sobre enseguida.

“Hola Marta:
Espero que el mensajero que te he enviado cumpla su palabra. Antes de nada, como habrás imaginado o te habrá contado Dani, no he sobrevivido al rescate. Pero creo que te debo algunas palabras antes de que me vaya.
Cuando nos separamos en aquella nave, después de conocer a Silvia, pasé muchos días solo pensando en ti. Incluso, llegué al acuerdo con ella, de que al terminar el rescate me iría en tu búsqueda. Lamentablemente, no he podido. El día del ataque a la isla, tuve un encontronazo con el culpable de mi amnesia. Paradójicamente, fue también el motivo por el cual recuperé mi memoria. Si. Así es. Recordé todo. Conseguimos aquello que empezamos tu yo. El problema es que al querer vengarme de él, tardé demasiado y fui mordido por un muerto. He estado dos días aguantando, pero mi cuerpo ha dicho basta.
No me parecía justo, dejarte con la intriga de lo que pasó. Y Quizá me estoy arrepintiendo. Cualquiera de los dos caminos que tomase ese día que nos separamos, podría haber sido un error o un acierto. El caso es que decidí quedarme y recuperar la memoria. Si hubiera elegido irme contigo, ahora estaría vivo, pero no hubiera recobrado la memoria. Como ves, en ambos casos perdía algo importante.
Con esto quiero decirte, que hasta en el último momento, también pensé en ti. Quizá no en la forma que tú quisieras. Pero lo hice. Por último, quería agradecerte el tiempo que estuvimos juntos. Me gustaría que me recuerdes como alguien importante en mi vida.
Sin más, me despido para siempre.

Hasta que la muerte nos reúna. Capítulo 39

Amanecía con un día soleado y apacible. Silvia observaba como aquellas personas habían recuperado las ganas de vivir. Aquel lugar era perfecto. Les costó mucho tiempo, pero ahora eran autosuficientes. Dani la estaba ayudando a rellenar unas garrafas de agua y cargándolas en el carruaje. Así como varias cajas de fruta y verdura para el viaje. Desde hace algún tiempo, el combustible era complicado de encontrar. Un grupo de expedición se hizo con caballos y mulas. Que enganchándolos en remolques, era su forma actual de desplazamiento. Cuando terminaron de cargar el remolque, Dani acompañó a Silvia hasta su casa.
- ¿Estas segura de querer iros ahora? –preguntó Dani
- Si. –contestó- Hace tiempo que se lo prometí.
- Desde hace años no se ve ningún muerto, pero eso no significa que donde vais sea igual que aquí. –expuso Dani
- Lo sé, pero estamos preparados. –decía Silvia con una sonrisa
- ¿Dónde está? Me gustaría despedirme.
- Por supuesto, -exclamó

Abrió la puerta de casa y entraron.
- Alex, -llamó Silvia- Alexandra, ven, alguien quiere despedirse de ti.

De la habitación principal, salió una niña de doce años. Bastante más alta para una niña de su edad. Con el pelo castaño recogido en una coleta. Casi la viva imagen de su padre. Salió sonriendo, y al ver a Dani corrió hacia él. Dani la recibió levantándola y dando una vuelta sobre sí mismo. Se dieron un abrazo.
- Ven aquí jovenzuela –la abrazó en volandas- Pórtate bien con tu madre.
- Si tío, no te preocupes. –contestó ella
- Alex, quédate un momento con tu tío. –miró a Dani- Yo voy a despedirme también.
- Ok –lo aprobó.

Silvia salió por la puerta trasera, hasta un pequeño jardín de cara al mar. Se aproximó hasta la tumba. Se agachó, casi sentándose de rodillas.
- Hola cariño. –decía- Hoy vengo a despedirme. Hace tiempo que le prometí a Alex que la llevaría donde nos conocimos. También para que vea donde crecí. Con algo de suerte encontraré algo de valor en casa de mis padres. Te prometo que la cuidaré bien. Este viaje nos llevará semanas en ir y volver. Otra cosa, si te parece bien, -sacó el puñal- dentro de dos días es su cumpleaños y quiero regalarle tu puñal. Es una chica fuerte. Estarías orgulloso de ella. Además es súper inteligente. Ayer ayudó a Miriam en un parto. No es la primera vez, pero ya hacia las cosas igual o mejor que Miriam. Esta chica promete. Dice que quiere ser médico. Ayudar a las personas cuando enferman, o ayudar a otras madres a parir. Si seguimos así, en poco tiempo tendremos una generación nueva que nos cuidará cuando seamos ancianos. En fin. A mi regreso, te cuento como nos ha ido. Te quiero.

El camino era largo. Mucho más ahora que las carreteras habían desaparecido casi por completo. La naturaleza ganó su pulso, y ciudades enteras estaban sumidas en bosques eternos. Habían aparecido ríos en lugares donde el hombre los hizo desaparecer. La fauna era más extensa. Aquella comunidad no era la única que prosperó. Por el camino, se cruzaron con otras que los recibieron de buen agrado. Por suerte, tan solo se encontraron en todo el camino con un solo muerto al que se encargaron definitivamente de él. Estaban casi llegando. Silvia paró el carruaje frente a un edificio derruido. Lo recordaba de otra manera, evidentemente. Era el motel donde se resguardaron tras el apuñalamiento que recibió. Lo recordaba con nostalgia. Continuaron el camino. En mitad de la nada, un viejo coche descolorido y oxidado al que le faltaban tres de las ruedas y dos puertas. Lo reconoció. Era el viejo Ford. Ambas bajaron del carruaje y se acercaron. Por desgracia no encontraron nada de valor sentimental.
- Este coche era de tu padre –le señaló a la niña
- ¿Esto funcionaba antes? –preguntó al ver el estado del vehículo
- Jajajaja, claro que sí. Antes de que los muertos apareciesen, todos nos movíamos en coches. Había muchísimos por todo el mundo.
- Claro, ahora como somos muy pocos, no podemos fabricar gasolina de esa
- Efectivamente. De eso se encargaba gente muy lista.

Continuaron hasta llegar a la entrada del pueblo. Como era de esperar, aquello era desolador. Casi no lo reconocía. Llegaron justo hasta la gasolinera, de la que solo quedaban paredes a medio caer. Los surtidores aún seguían en pie.
- Aquí fue done conocí a tu padre.  –le explicaba- El trataba de llenar el depósito. Casi le da un infarto cuando le hablé por la espalda. Eran los primeros días del caos. En ese edificio, cuando todavía estaba en pie, nos refugiamos de un grupo enorme de muertos. Nos cuidamos mutuamente. Ahí empezó algo maravilloso para los dos.

Transitaron por las calles del pueblo. Estaba desierto. Ni siquiera había muertos que acecharan tras una esquina. Le costó orientarse para encontrar en la casa donde vivía con sus padres. Era un edificio céntrico, de dos pisos únicamente. Nuevamente, como era de esperar, estaba en ruinas. Aunque parecía estable para entrar. Subieron hasta el primer piso y entraron en la casa de sus padres. Todo sucio y tirado por los suelos. En su habitación, aun colgaban algunos vestidos de fiesta en el armario. Los tocó con nostalgia. Recordando aquellas noches de fiesta, escuchando música y bebiendo hasta el amanecer. En uno de los cajones abiertos, se encontraba una fotografía de ella con sus padres.
- Mira, -le señaló- esta soy yo con unos dieciséis o diecisiete años. Estos son tus abuelos.
- ¿Están muertos? –preguntó
- Si cariño. No los vi morir, pero estoy segura. –dijo abrazándola- Guárdala en tu mochila.

Estando fuera de nuevo. De su bolsillo sacó una nota. Tenía apuntada una dirección. La observó tratando de recordar donde estaba esa calle escrita a bolígrafo. Prácticamente, estaba en la otra punta del pueblo. A medida que se acercaban, los edificios derruidos, daban paso a urbanizaciones de casas adosadas. Llegó hasta una calle en la que aún conservaba parte de la dirección escrita en la pared. Era esa. Se detuvieron justo en el número cuatro. La verja de la entrada estaba tirada por el suelo. El portón del garaje subido, aunque pendiente de un hilo para caerse. Pasaron con sumo cuidado. Dentro de la vivienda, se nota que alguien vivió estos años por allí. En la mesa del salón, había un ordenador portátil con más de la mitad de las teclas desenganchadas. La pantalla rota en mil pedazos.
- ¿eso que es mama? –le señaló una gran pantalla de televisión
- Es una televisión. Ahí veíamos películas y noticias de todo el mundo. –le explicó

Subieron a la parte de arriba con mucho cuidado, pues algunos peldaños estaban caídos. Llegaron a la habitación principal. En una mesita de noche, puesto para abajo, un cuadro pequeño de fotografía. Al levantarlo, su corazón le comenzó a latir con suma rapidez. Cerró los ojos y lloró. Lo abrazó contra su pecho. Necesitaba volver a abrazarle.
- Alex, -la llamó, pues aún estaba en la puerta- Es hora de que conozcas a tu padre.

Hasta que la muerte nos reúna. Capítulo 38

Me encontraba en la cama de nuestra casa. Al despertarme, descubrí como Silvia y Dani hablaban en el salón. Me habían curado las heridas, y noté como los puntos de mi pierna me tiraban. Traté de incorporarme. Me vieron y dejaron de hablar. Vinieron hasta la habitación. Al ver a Silvia, sonreí. Por fin la recordaba y estaba muy contento por ello.
- ¿Cómo te encuentras? –preguntó Dani
- Me duele todo… -contesté
- ¿Qué te pasó en la isla? –seguía preguntando algo serio
- Nos atacaron por detrás, y tuve que refugiarme en una casa. Había disparos por todos lados. –no quise contarles lo que sucedió con el Patrón.
- Te estuvimos buscando. –decía Silvia- No podíamos esperar más. Teníamos que sacar a la gente de allí.
- No pasa nada. Lo entiendo. –contesté sonriendo
- ¿Por qué sonríes? –preguntó Dani extrañado
- ¿Puedes dejarnos solos? –le dije

Ambos se miraron sorprendidos. Dani, cerró la puerta tras salir.
- Acércate, -ordené

Silvia, me miraba incrédula.
- Ven, siéntate a mi lado –ordené de nuevo

No se movía. En cierto modo la entendía. Aún no sabía que había recobrado mi memoria.
- Veo que te has cortado el pelo. –dije sonriendo- Te queda muy bien.

Aquello hizo que sus ojos se abrieran de par en par. Ya que se cortó el pelo, en el tiempo que estuve desaparecido. Su expresión de incredulidad, pasó a ser alegría. Lloraba y reía a la vez. Vino a mi lado y nos abrazamos. Nos besamos.
- Silvia, cariño, me acuerdo de ti. Me acuerdo de todo. –le dije mientras me caía una lagrima
- ¿De verdad? –no lo podía creer aun
- De verdad… -contesté- …eres el amor de mi vida. Ya lo recuerdo. Supe que lo serías cuando nos encerramos en aquella gasolinera. Cuando estuvimos horas metidos en un armario. Parece que fue ayer…
- Jajaja –se reía nerviosa y emocionada a la vez.

Toqué su barriga. Ahí estaba mi futuro hijo. Me emocioné tanto que lloré de alegría. No paraba de besarla. Al escucharnos, Dani entró. Ambos estábamos en la cama abrazados.
- Hola Dani…-dije-…lo recuerdo todo. ¿te acuerdas cuando mamá siempre me decía que nunca seria buen padre?
- ¿Silvia? –la miró serio- ¿No se lo has dicho?

Aquello no me gustó lo más mínimo. Miré a Silvia aterrorizado. Algo pasaba y no era nada bueno.
- Dani, por favor… acaba de recuperar la memoria –se enfadó
- ¿Qué pasa? –dije mosqueado
- Hermanito, me alegro de que recuerdes… pero… -le notaba nervioso-…
- Joder, decirme que cojones pasa…-miré a ambos
- Cuando estuviste solo en la isla, realmente ¿Qué pasó? –me estaba interrogando
- Ya lo he dicho, me refugié en una casa. Después tuve problemas con algunos muertos, y me subí al barco en el que fui con Nacho.
- Pues en algún momento, alguno te mordió…-dijo Dani

Aquello me cayó como un jarro de agua fría. ¿Cómo? ¿Mordido? ¿Dónde? Me miré por todas partes. En la pierna donde tenía la herida con el cristal, más abajo tenia las marcas de un mordisco. No eran profundas, pero suficiente para infectarme. Un sudor frio me caía por la frente.
- Es raro que aún no estés febril. Por lo que se sabe, a las pocas horas empiezan todos los síntomas. –explicaba Silvia.
- Quizá no esté infectado. –trataba de tener fe
- Mientras te recuperas de tus heridas, por precaución, te quedaras aquí. No podrás salir. –ordenó Dani.

Mi cuerpo empezaba a temblar. No podía ser. Ahora que todo iba sobre ruedas, siempre tenía que haber algo que lo jodiera.
- No te preocupes. Yo estaré contigo. –decía Silvia sin dejar de abrazarme- Esto es difícil para todos. Ya te he perdido demasiadas veces. Si esta va a ser la última, quiero estar presente.
- Es irónico…-dije-…cuando dijimos que si íbamos a morir, fuera en la playa. No lo dije al pie de la letra. No quiero morir ahora…
- Lo sé. Yo tampoco. Pero tenemos que ser realistas. Te han mordido, y seguro morirás –volvía esa Silvia que tanto añoraba. Esa mujer fuerte.

Poco a poco, mi alegría se fue apagando. Tan solo veía un rayo de luz cuando notaba a Silvia cerca de mí. El tiempo pasaba, y aunque me encontraba bien, el miedo me invadía. Rogué a Dani que me dejara pasear por la playa con ella. Finalmente accedió. A fin de cuentas, era mi hermano. Lo quería mucho. Además estaba muy orgulloso de como lideraba aquella comunidad que salvó de un cautiverio horroroso. Nos sentamos en la playa, tal como lo habíamos soñado.
- Cuando llegue el momento, me gustaría que… -no podía seguir hablándolo
- No dejaré que nadie más lo haga. No permitiré que te levantes como ellos. –me dijo tranquilizándome.
- Antes de nada, quiero pedirte disculpas –expuse
- ¿Sobre esa mujer? ¿Marta? –preguntó sabiendo lo que era
- Así es. En ese momento no sabía nada de ti. Pero, aun así, quiero pedirte disculpas. Necesito que me perdones.
- ¿La llegaste a querer? –preguntó
- En ciertas ocasiones, creo que sí. Pero ahora que recuerdo todo. Solo te quiero a ti. –contesté sincero
- Pues entonces, te perdono. –dijo apoyando su cabeza en mi hombro
- Te lo agradezco. –pasé mi brazo por su hombro.

Antes de que ocurriera lo inevitable, hablé con Maria y Caterina. Ambas estaban muy afectadas por lo ocurrido en la isla. Maria estaba algo mejor psicológicamente que Caterina. Por suerte, ninguna tuvo un embarazo no deseado. Aunque las secuelas, durarían para siempre. Observé como aquel pueblo cobraba vida de nuevo. Habían formado una gran comunidad, unidos por Dani y Silvia. Miriam, me curaba las heridas constantemente, a pesar de estar condenado. Decía que no era humano dejarme sufrir de esa manera. Después de mucho tiempo me encontraba feliz. No como hubiera deseado, pero feliz al fin y al cabo de saber que mi mujer y mi hijo vivirán decentemente. Estando con Silvia, casi no me acordaba de Marta. Ni de Sergio y Gaspar. Me daba pena, no poder contarles que todo salió bien. O casi todo.
Dos días después, pedí a Dani y Silvia que me llevasen a la playa. Me encontraba muy débil. Me dejé caer sobre las piernas de Silvia. Me acariciaba el pelo. Miraba las nubes y el olor a mar me calmaba. Me resistía a morir. De hecho, nadie daba crédito a que aún siguiese vivo. Severamente perjudicado, pero vivo.
- Te quiero. –dijo Silvia con lágrimas en los ojos- Dije que nunca te lo diría. Pero te quiero.
- Lo sé. –contesté- Siempre lo supe. No hacía falta que lo dijeras.
- Si hace falta. Necesito decirlo. Te quiero. –se ahogó en un llanto
- Quien hubiera imaginado que acabaríamos así. La muerte nos unió. La muerte nos separó. Y la muerte nos reunirá de nuevo. –cerré los ojos plácidamente.
- Hasta que la muerte nos reúna. –logré escuchar

Hasta que la muerte nos reúna. Capítulo 37

Miré de nuevo por la ventana. Los primeros barcos ya habían zarpado. Tan solo quedaban dos. Aunque nadie en tierra. Eso significaba, que en segundos pondrían rumbo a la península. Me senté enfrente del Patrón. Al fin había recuperado la memoria. Aquella sensación era placentera. Aunque me atormentaba lo que deseaba hacer con él.
- Has perdido tu oportunidad de escapar. –decía lamiéndose la sangre que le caía por la boca.
- Mejor. –contesté- Ahora estamos tú y yo. Solos. Sin nadie que nos moleste.
- Si vas a matarme, hazlo ya. –trataba de convencerme
- De verdad que lo haría. Pero me tomaré mi tiempo. –respondí

Me di una vuelta por aquella habitación. Miraba cada cajón y cada hueco de las estanterías.
- ¿buscas algo? –preguntó
- Algo que le tenía mucho cariño. –dije

Me lo preguntó por algo. Supe que lo tendría por algún lugar. Antes de darme la paliza, vi que lo tenía colgado de su cintura. Le observé fijamente, hasta que sus ojos me desvelaron el lugar. Justo al lado de la ventana había un aparador. Dentro de un jarrón, lo encontré. Allí estaba mi puñal. Con su mango verde. Y su hoja bien afilada. Me miraba aterrado. Me acerqué lentamente con el puñal en mi mano. Con la hoja le hice un corte en la mejilla. Comenzó a gritar.
- ¡Te voy a matar! –me amenazó
- No te equivoques. –amenacé yo

Acto seguido se lo clavé en el muslo derecho. Volvió a gritar. Lo saqué, y lo clavé en la pierna izquierda.
- ¿duele? –pregunté sádico- Porque a mí también me dolía cuando me pegabais.
- Joder… -se quejaba dolorido- ¿Qué quieres? Te puedo dar lo que quieras.
- Hacerte sufrir como tú has hecho sufrir a todas esas mujeres.
- A tu mujer no la tocamos. –exclamó
- No es suficiente. Matasteis a dos amigos míos. Y violasteis a dos amigas mías.
- Eso no te lo niego. –admitió

Le di un puñetazo en la cara, y otro en el estómago. Empezaba a estar fuera de mí. Escuchamos un ruido en la parte baja de la casa. Alguien estaba dentro. Ambos nos sorprendimos.
- Parece que te has dejado la puerta abierta. –dijo riéndose

Cuando me asomé al pasillo, un muerto me atacó. Lo esquivé, y lo lancé escaleras abajo. Los caídos en batalla, empezaban a levantarse. Eso era un problema. Bajé lo más rápido que pude. Ya habían entrado tres más. Cerré la puerta y me encargue de ellos. Dejando a uno, aun convertido, y lo subí hasta el despacho.
- ¿Qué vas a hacer? –preguntó aterrorizado.
- ¿sabes lo que son capaces de hacer? –pregunté irónico- Dudo mucho que lo sepas. Teniendo a tanta gente que hacia las cosas para ti.
- Creo que no eres consciente de la situación. A todos los que no disparasteis a la cabeza se levantaran. Estamos jodidos los dos. –decía.
- Si. Lo estamos.

Los golpes en la puerta empezaban a ser muy insistentes. Até al muerto a un armario, y me asomé por la ventana. Era de noche. Pero los focos que aun funcionaban, me daban la visibilidad suficiente para ver como empezaban a levantarse. Los que ya se habían levantado, venían hacia la casa. Atraídos por los golpes que otros daban para entrar en la casa.
- No tengo mucho tiempo.  –dije
- ¿Piensas salir vivo de esta? –decía irónico.
- Al menos lo intentaré. Me he visto en situaciones peores. Ahora…tu… no creo que salgas. No tengo el valor para matarte a sangre fría. Ellos lo harán por mí.
- Estás trastornado –expresaba con cierto miedo en sus palabras.

Los cristales de las ventanas inferiores, se partieron. Podíamos escuchar los gemidos de los muertos. Algunos ya habían entrado. Desaté al muerto y lo lancé contra el patrón. Le dio una primera dentellada cerca de su muslo izquierdo. Le agarró fuertemente, y le mordió. Llevándose gran parte de su piel. No quería marcharme aún. Quería ver como sufría.
- ¡Ayúdame! –gritó

El muerto se levantó, le mordió en la cara. Era asqueroso. En ese momento que aún seguía vivo, clavé el cuchillo al muerto. Levanté al Patrón y lo llevé al pasillo. Había dos muertos que ya estaban en la planta superior. Le lancé contra ellos. No hubo piedad para él. Cayeron sobre el Patrón, le mordían y desgarraban la piel por todas partes. Varios muertos más, subían por la escalera. Me lancé contra ellos, matándolos al instante con dos disparos. Aun me quedaban tres balas. Al llegar al salón principal, me asusté. Eran al menos diez los que habían logrado entrar por las ventanas, y los que seguían entrando. A los más cercanos los maté con la pistola. Después con el puñal, me hice paso entre ellos. Empujándolos, hasta llegar a otra de las ventanas. Tuve que romper el cristal para poder salir. Entre los nervios y el poco tiempo que tenía, no era capaz de abrir el picaporte que cerraba las ventanas. Cuando me disponía a salir, me corté ambas manos con los cristales. Eso me retrasó. Hizo que uno de los muertos me agarrara del pantalón. Caí al suelo. El muerto se tiró encima de mí. Luché con él para quitármelo de encima. Pero seguían llegando en mi búsqueda. Con mucho esfuerzo, lo retiré a un lado y le clave el puñal. Empujé a dos que tenía más cerca, y salté contra la ventana. Me corté en una pierna. En la otra se clavó un cristal roto. Algo profundo. Ya fuera de la casa, también tenía muchos acercándose. Tumbado en el suelo, me saqué el cristal de la pierna. El dolor era intenso. Pero no podía pararme ahora a lamerme las heridas. Miré hacia mi pierna, y la sangre salía a borbotones. Al levantarme, me di de bruces con dos muertos. Los empujé, y me abrí paso. Corrí, cojeando, hacia el bosque. Quería volver hasta el barco en el que vinimos Nacho y yo. Pero era de noche y no tenía linterna. Me adentré entre los árboles, y subí a ciegas la colina. Los muertos me seguían. Mi pierna me dolía y no me dejaba avanzar. Para taponar la herida, me detuve unos instantes para romper un trozo de mi camiseta y hacer un torniquete. No lo apreté demasiado. Solo para taponar y llegar al barco. Los tenía nuevamente cerca, y estaba desorientado. Corrí en línea recta. En algún punto llegaría a la playa y buscaría el embarcadero. Un muerto me apareció por delante. No sabía de donde habría llegado. Lo abatí con el puñal y proseguí. Escuchaba las olas cerca. Tan solo con el oído, me orienté. Me golpeé con varios árboles, dada la poca luz de la que disponía. El mar estaba cerca. Llegué a una playa, y con la luz de la luna, pude ver a mi izquierda a unos cincuenta metros el barco. Los muertos estaban muy cerca y llegaban de todas direcciones. Al llegar al embarcadero, solté el amarre y salté al barco. Viendo como lo hizo Nacho, puse en marcha el barco. Dos muertos llegaron a subirse. Traté de poner en movimiento el barco, mientras los muertos caían al agua. Los dos que estaban en la cubierta, trataban de entrar en la cabina. Cuando me alejé bastante del embarcadero. Me ocupé de ellos lanzándolos por la borda. Paré el motor, y lo dejé al libre albedrio. Antes debía curarme las heridas. En la planta inferior, busqué algún botiquín. Mis manos ensangrentadas por las heridas, manchaban todo a su paso. Encontré varias vendas y una botellita de tequila. Cada vez que desinfectaba mis heridas, mis gritos eran más fuertes. Me vendé ambas manos y la pierna. No tenía con que coserme el tajo de la pierna. Tan solo lo vendé y me dispuse a descansar unos minutos. Di varios tragos a la botella y me tumbé.
El dolor y el cansancio, hizo que me quedara inconsciente hasta que salió el sol. No lograba ponerme de pie. La herida de la pierna, me dolía a horrores. La venda estaba empapada. Tuve que cambiarla por otra. Desinfecté de nuevo la herida, y vi la profundidad. Subí hasta cubierta con demasiada dificultad. Mirara donde mirara, solo había agua. Estaba perdido. Me encontraba mareado, seguramente, debido a la cantidad de sangre que perdí. Miré el mapa de Nacho intentado averiguar algo. No entendía nada. La brújula indicaba que iba hacia el sudeste. Así que por instinto, viré el barco hasta que indicaba oeste. Encendí los motores y me senté. Cada poco sentía que perdía el conocimiento. Era fundamental no dormirse. Al cabo de una hora, más o menos, supe que iba en buena dirección. Distinguía tierra. Desconocía que lugar era, pero me daba igual. Tan solo quería volver a tierra. Allí, sabría orientarme mejor que en el mar. Poco a poco llegaba a una playa. Tenía intención de continuar hasta que el barco no avanzase más. Pude ver edificios. Supe que llegaba a una gran ciudad. De repente, un pitido en uno de los GPS, me alertó. Sonaba insistente. No entendía que era. Hasta que chocamos contra algo del fondo y el barco casi vuelca. Volví a golpearme en la pierna herida. Me encontraba en el suelo. Paré el motor del barco y respiré profundo. Lo más seguro es que estuviese a poca profundidad. Pero aún quedaban al menos un kilómetro para llegar a la costa. Me armé de valor y salté del barco. Efectivamente, había poca profundidad. Tan solo un metro o metro y medio. La sal se metió por todas las rendijas de mis heridas, provocando un fuerte escozor. No era momento de rendirse. Cuando llegué a la arena, me dejé caer extasiado. No había muertos cerca, por lo que suspiré. Me repuse y avancé hasta el paseo marítimo. Lo reconocía. Ya había estado allí. Me reí, pues tan solo estaba a unos veinte kilómetros, del pueblo donde habíamos quedado tras el ataque. Me alegré de ver uno de los vehículos del Patrón, sin nadie que lo vigilara. Supuse que los matarían, al mirar los cuerpos que había alrededor. Comprobé que aún tenía la llave. La encontré cerca de uno de los cuerpos. El coche funcionó. Me costaba conducir por las heridas. El volante lo controlaba casi más con las muñecas, y el acelerador lo pulsaba levemente. Mi pierna no me permitía hacer más fuerza. Tomé el desvió que recordaba, y subí por aquellas montañas. Mi corazón latía con fuerza de saber que estaba llegando. Al llegar a la parte que daba al pueblo, vi mucho movimiento de personas. Coches por todos lados. Al verme llegar, se pusieron en alerta. Con mis últimos esfuerzos, llegué hasta la entrada. Varias personas, me reconocieron y salieron en mi ayuda. Me sacaron del coche, y casi en volandas, me llevaron hasta una de las casas. Entre toda la marabunta, no lograba ver a Silvia. Necesitaba decirle que la recordaba. Que la quería. Al que si vi, es a Dani. Al verme se asustó. Ordenó que se marchara todo el mundo, menos a Miriam.
- Joder hermanito. –apuntaba asustado- ¿Qué te ha pasado?
- ¿Dónde está Silvia? –preguntaba- ¿Esta viva?
- Sí, sí. Tranquilo. Ha salido todo bien. –dio una orden a Miriam

Improvisaron una enfermería allí mismo. Noté caras de preocupación en ellos. De pronto, me quedé dormido.

Hasta que la muerte nos reúna. Capítulo 36

Al vernos llegar, un grupo de dos mujeres y tres hombres salieron de detrás de una caseta. A las mujeres no las conocía, pero a los hombres los había visto en alguna ocasión en la nave del polígono industrial. Nos ayudaron a amarrar el barco. La mujer más mayor, con gafas y ropa ancha, se acercó a mí.
- Supongo que eres el marido de Silvia. –expuso con semblante serio.
- Si, lo soy…-dudé-… al menos eso me han dicho.
- ¿Cómo? –preguntó mientras cargaba una de las armas
- Miriam, -habló Nacho- sufre amnesia desde que se enfrentaron al Patrón
- Entiendo. –me miró fijamente- Pues yo soy quien ayudará a tu futuro hijo a conocer esta mierda de mundo. Si sale bien el plan.

La otra chica también me observaba detenidamente.
- Imagino que tampoco reconoces a Maria. –dijo Miriam
- No. Lo siento. –contesté
- Estaba con tu grupo. –dijo Maria- En Madrid, ayudaste a mi padre y mi hermana. Yo me uní a vosotros más tarde.
- De verdad que lo siento. No te recuerdo. –dije nuevamente

Una vez estuvimos armados, emprendimos el camino a pie entre los árboles. Caminábamos despacio. La luz del sol estaba desapareciendo, y sacaron unas linternas. Debíamos subir una colina y por la parte posterior veríamos el poblado. Normalmente esa zona no estaba tan vigilada. Pues esa parte da a la península. Al llegar arriba del todo, unos grandes focos alumbraban todo el campamento. Una gran verja cubría el perímetro. Descendimos por la zona este. Allí habían cavado en la tierra para poder salir y entrar. Seguía habiendo muchos árboles. Me señalaron una de las casas. Esperaríamos allí detrás hasta que nos tocase el turno de actuar. Aún quedaba una hora. Me asomaba por uno de los costados para observar lo que sucedía. Algunas mujeres caminaban atadas una a otras, escoltados por aquellos hombres.
- Esas son las que más resistencia ponen.  –explicaba Nacho- Las llevan a un harén, donde las prepararan para ser violadas. Todas las noches.
- ¿Y esas como van a atacar? –pregunté confundido
- ¿Ves a la primera de la fila? –me señaló- Esa está ahí a propósito. Antes de resistirse, fue pasando algunas armas dentro del local. Están escondidas estratégicamente, para que todas y cada una de ellas, la encuentre y la utilice. Son conscientes del peligro que corren, pero a todos nos da igual.

Los primeros barcos del Patrón comenzaban a llegar. Se percibía mucho movimiento en el puerto. Gente que subía y bajaba con cajas o mujeres que habían encontrado y secuestrado. Nacho y otro de los hombres maldijeron algo.
- Mierda. –dijo Nacho- Han traído muchas más de las que esperábamos. Eso puede traernos problemas.

Finalmente, el último llegó diez minutos antes de la hora del ataque. En el venían Dani y otros tantos. Vi como Miriam, Maria, Nacho y los demás, se preparaban. Entonces yo también me preparé. Pues una de las señales de que comenzaba la fiesta, era que uno de los focos más próximos al puerto se apagaría. Alguien, encargado por Dani, lo manipularía. Pero aquel foco no se apagaba. Casi nadie quedaba ya en el exterior, a excepción de varios hombres del Patrón que hacían labores de vigilancia. En ningún momento, noté caras de preocupación por no apagarse las luces. Supe que lo tenían contemplado. Estaban más bien expectantes, pues en cualquier momento debíamos atacar sin miramientos. Por mi parte, comenzaba a impacientarme. Nacho me señaló en que casa entraríamos primero, después cual sería la siguiente. Eran tres casas de las más alejadas, en la cual vivían varios hombres del patrón. Las examiné a conciencia. Necesitaba saber cuáles eran las entradas y salidas posibles. Pude notar movimiento dentro de las tres casas. Había al menos cuatro personas en cada una.
- Tú vienes conmigo –me ordenó Nacho- Miriam y Maria irán a la segunda. Ellos dos a la tercera. Debemos ser muy rápidos. De lo contrario, se nos echarán encima.

Asentí con la cabeza. Ellos ya sabían cuál era el plan, así que ni se inmutaron. Pasaban los minutos y el foco seguía encendido. Miré hacia el harén. Se intuía lo que podía estar pasando allí dentro, y me asqueaba. A la vez que alababa la valentía de aquellas mujeres. El foco se apagó y Nacho me golpeó en la espalda para que reaccionase. Vi alejarse a los demás a sus respectivos objetivos. Pronto se escuchaban disparos y gritos. Seguí a Nacho hasta la puerta de la casa. Evidentemente, al escuchar el revuelo, se disponían a salir. Pero Nacho vació su cargador contra la puerta. Por todos lados escuchaba gritos y más disparos. Mi instinto hizo que tirara la puerta abajo. Había dos cuerpos tirados en el suelo. Escuché como se movían hacia la parte de arriba. Nacho entró y me ordenó subir. Subimos lo más rápido que pudimos. Yo iba detrás de él. Alguien nos disparaba desde arriba y no nos permitía seguir avanzando. Afuera el caos era mucho mayor. Podía escuchar órdenes, gritos y los disparos no cesaban. Gente que se resguardaba detrás de las paredes de la casa. Nacho hizo otro intento por subir. Quien fuera el que estuviese arriba, se quedó sin munición. Seguí a Nacho y encontramos a dos hombres con brazos arriba.
- Dispara –me ordenó

Sin pensarlo, disparé al pecho a uno de los dos hombres. El otro suplicaba para que no lo hiciera. Nacho, se acercó y le pegó un tiro entre las cejas.
- Vamos –seguía ordenando- ayudemos a los demás

Salimos de la casa, y nos dirigimos a la siguiente. No podía dejar de mirar a toda a esa gente muerta en el suelo. Miriam y Maria habían cumplido, y los otros dos también. Nos quedamos detrás de la última casa, esperando otra nueva oportunidad. Varios grupos del Patrón aún quedaban en pie, y respondían con más disparos. Escuché movimiento detrás de nosotros. Cuando nos dimos cuenta, teníamos a tres de ellos que venían a por nosotros. Comenzaron a dispararnos.
- Al harén, -gritó Nacho

Antes de comenzar a correr, logré disparar a la pierna de uno. Las balas llegaban desde todas direcciones. Vi cómo se alejaban de mí. Tenía que buscar un refugio enseguida. Logré llegar hasta otra de las viviendas. Una grande. Mientras observaba como una bala alcanzaba a Nacho. Los demás no se pararon y entraron en el harén. Me mantuve escondido y agachado unos instantes para recuperarme de la tensión. El grupo que nos atacaba, se dirigía hacia el harén. Con mucho cuidado, entré en la casa. Las luces estaban apagadas. Cerré la puerta y me agaché. Al mirar donde estaba, supuse que aquí vivía alguien importante. Había cuadros y esculturas. Seguramente robadas de algún museo. El salón era amplio y disponía de chimenea. No escuchaba a nadie. Era buena señal. Me acerqué hasta una de las ventanas, para ver que ocurría. Pude ver como casi todos los hombres del Patrón estaban muertos o de rodillas con las manos atadas. Podía distinguir como comenzaban a subir a mujeres a los barcos. Todo estaba saliendo bien. Comprobé las balas que me quedaban. Antes de salir de nuevo para ayudar, escuché movimiento en la parte de arriba. Me puse en alerta. Allí había alguien más y no podía dejarlo con vida. Subí lentamente las escaleras. Miré por todas las habitaciones, hasta que vi luz en una de ellas. Una luz tenue. Como de vela. Aquella habitación, era un despacho. Escuchaba ruido. El que estuviera allí, estaba recargando un arma. Me apoyé en la pared justo en el cerco de la puerta. Noté como se disponía a salir de allí. En el momento que se acercó, con la culata de la pistola lo abatí. El hombre, fornido, cayó semi inconsciente al suelo. Antes de que se pudiera levantar, le golpee de nuevo. Le vi la cara. Aquella cara me era familiar. Esa barba y el pelo recogido en una coleta, me resultaba familiar. De pronto me tuve que sentar. Mi cabeza daba vueltas, me sentía muy mareado. Me costaba respirar. El olor a mar era intenso. En mi cabeza venían imágenes confusas. Que poco a poco me comenzaban a ser conocidas. No me estaba ahogando en el mar, pero la sensación era muy real. De pronto me vi, en la cubierta de uno de los barcos. Tirado en el suelo. Recibiendo golpes. Descubrí a Silvia siendo llevaba en brazos por dos hombres. Vi el disparo a un hombre joven. Con pelo rizado y barba descuidada. Lo reconocí. En ese instante me acordé sin duda alguna de Marcelo. Recordé a Pol. Recordé a Maria. A Dani… a todos. Recordé como llegamos hasta el pueblito. Incluso recordé como conocí a Silvia en aquella gasolinera. Ahora tenían sentido todos aquellos sueños que me atormentaban. Aun me sentía muy mareado ante tal explosión de recuerdos e imágenes. Necesitaba asimilar todo aquello. Así que me tomé mi tiempo. Permaneciendo unos minutos más allí sentado en el suelo. Miré aquel hombre. Sin duda, era el Patrón. Empezaba a recobrar la consciencia. Me levanté tembloroso, y aparté su arma. Con mucho esfuerzo, logré llevarlo hasta la silla. Con una cuerda que encontré lo amordacé a ella. Aún seguía extasiado por lo que me acaba de suceder. Miré por la ventana, estaban terminando de subirse a los barcos. De un momento a otros, zarparían, con o sin mí. Aunque eso ahora me daba igual. Estaba frente a frente con aquel tipo que arruinó mi vida. En la mesa, tenía una botella de coñac. Necesitaba calmar mis nervios. Di un trago directamente de la botella. Cuando por fin, fui consciente de todo, mi adrenalina estaba como loca por salir. Di un grito de rabia. Un segundo grito, terminó despertar al Patrón. Di otro trago al coñac. Miré fijamente al hombre y le lancé la botella con fuerza. No consiguió evitarla por completo, dándole de refilón provocándole una severa brecha en la ceja izquierda. La sangre le manchaba parte de la cara. Me miró confuso. En ese mismo instante tuve las ganas irremediables de apretar el gatillo. Pero no lo hice. Quería que me viese. Que supiera quien tenía enfrente. Por fin, recupere mi memoria, y lo hice con ganas de venganza.
- ¿Tu? –dijo- Tu eres… estas muerto

Me acerqué a él, agarrándolo del cuello. Con rabia. Mis dientes chirriaban de furia.
- Maldito hijo de puta. –grité- Mírame bien la cara. Aquí sigo, vivito y coleando.
- Mierda… -decía a duras penas con el cuello estrangulado- …no saldrás vivo esta vez.
- ¿Crees que me importa? –dije lleno de rabia

Hasta que la muerte nos reúna. Capítulo 35

En la cocina encontré varios cuchillos. Estos servirían. Por la rendija que despedazaron los muertos, entraba perfectamente la hoja. Uno a uno, íbamos clavándolo. Pasamos horas incrustando los cuchillos en las cabezas de aquellos asquerosos muertos. Nos turnamos en ratos de quince minutos. Hasta que percibí que Diego, en uno de sus descansos, quedó dormido. Exhausto. En mi descanso me pasó algo similar. Nos despertábamos unos a los otros para proseguir. Por la mirilla se distinguía una montaña de cadáveres que se amontonaban en la puerta. Les era más complicado llegar para seguir golpeando. Aunque por todo el pasillo aún quedaban multitud de ellos. Llegada la noche, decidimos parar. Era suficiente. Nos sentamos en el suelo, apoyando la espalda contra la pared. Jesus, se quedó dormido y balanceó su cabeza contra mi hombro. La aparté y se despertó. No hablábamos. No nos movíamos. Deseábamos silencio total. Los gemidos de los de fuera, me ponían nervioso. Cuando me quise dar cuenta, me había dormido profundamente. Era curioso, porque de un tiempo a esta parte, recordaba todos los sueños. Incluso era consciente de cuando me dormía. En esta ocasión, recordé una gasolinera. Una cualquiera de todo el país. Estaba repostando aquel coche azul. Miré hacia el interior y en una silla de bebé se encontraba un niño. Dormido. De vez en cuando sonreía. Era precioso. En el asiento del copiloto estaba Silvia. Terminé de repostar y pagué en caja con tarjeta. Al volver, dentro no había nadie. Era extraño. Hace un segundo había dos personas dentro. Pero era un sueño. En los sueños puede pasar cualquier cosa. La siguiente imagen era dentro de un supermercado. Llenaba el carrito con todo tipo de cosas. Al lado tenia a una dependienta que me hablaba sin parar, aunque no la escuchaba. Al ir a pagar, esa dependienta, me invitaba a tomar algo después de su turno. No recuerdo cual fue mi contestación. Notaba que alguien detrás me estaba tocando insistentemente la espalda, y no me dejaba continuar la conversación. Al darme la vuelta, vi como una persona en avanzado estado de descomposición trataba de agarrarme. Daba dentelladas al aire. Cuando miré a mí alrededor, todas las personas adquirían el mismo aspecto. Incluso la dependienta guapa. Me desperté en ese instante. Di un respingo al comprobar que, en mi realidad, los muertos habían pasado al piso. Ni Jesus ni Diego estaban en la habitación. Clavé el cuchillo que tenía en la mano en la cabeza del muerto que se arrastraba hacia mí. Me levanté a toda prisa, y comprobé que no había más. Aún seguía sin ver a los dos chicos. Miré hacia la puerta. La barricada seguía en su sitio. Algo movida para abrir la puerta. Otro muerto trataba de entrar.
-Hijos de puta –insulté

Se habían largado. Era ya de día. Se habrían asegurado de que no quedasen muchos dentro del edificio, y me abandonaron. Al menos podían haberme avisado. Pero no. Aprovecharon que había camino libre y no querían impedimentos. Salí al pasillo con cierta dificultad. La montaña de cadáveres era enorme. Por el pasillo reparé en el rastro de muertos abatidos por ellos. Cuando por fin llegué a la calle, descubrí que ni su carrito ni mi moto seguían allí.
-Me cago en todo. –maldije

Caminé por aquellas calles con sumo cuidado de no encontrarme con más muertos. Necesitaba un transporte enseguida. Al menos para volver al polígono. Lo único que encontré, que funcionara, era una carretilla elevadora. Llevaba enganchado un remolque pequeño. Así que lo aproveché para volver a la ferretería y llevarme lo que allí encontré. Por suerte, no apareció más infectados. Mientras salía de la ciudad, pasé por un cuartel de la guardia civil. Me detuve un instante. No era muy grande. La puerta estaba cerrada. En uno de los vehículos de la guardia civil, estaba un muerto vestido con la indumentaria reglamentaria. Tenía puesto el cinturón de seguridad. Cuando se giró hacia mí, le faltaba la mitad de la cara. Era asqueroso de mirar. Le clavé el cuchillo y le registré. Conservaba su arma y munición en la guantera. Además de un manojo de llaves. Conseguí abrir el cuartel. Estaba todo colocado y ordenado. En las celdas aún permanecían algunos detenidos, ya convertidos o muertos definitivamente. Para mi sorpresa, el armero, estaba intacto. Cargué todo en el remolque y me fui. Tardé una eternidad en llegar a la nave. Paré a repostar dos veces con lo que pude conseguir de los coches abandonados. En la nave no había nadie. Pero supe que habían estado allí. Faltaban bastantes armas y el mapa estaba descolgado. Guardé todo dentro de la nave y esperé a que volvieran. Ya había tenido bastante exploración para días.
Tardaron un día y medio en volver. Noté, en especial a Dani, que algo no iba bien. Incluso me llegó recriminar mi ausencia. Pues según él, por el momento, mi misión era mantener este lugar a salvo. Les mostré lo conseguido, y mandó a dos para inventariarlo.
-Hemos tenido problemas con el Patrón. –me explicaba- No le pareció suficiente lo que llevamos. Ya me estoy cansando de esta situación. Actuaremos en breve.
-¿Me vas a explicar cuáles son los detalles del plan? –pregunté
-Mañana por la mañana, Nacho vendrá para recogerte. –me señaló al hombre- Guardareis las armas que aun queden aquí, y os marchareis hasta el pueblo de las montañas. Allí hay un barco. Las subiréis. Nacho sabe tripularlo. Navegareis por una ruta ya definida. Una por la que los barcos del Patrón, nunca van. Bordeareis la isla, hasta un pequeño embarcadero. Allí permaneceréis hasta que un grupo de los nuestros se acerque.
-¿No echaran en falta a Nacho? –indagué
-No. Simulamos que fue mordido e infectado. –explicó
-Entonces, nosotros atacaremos por detrás ¿no?
-Así es. En el barco debéis preparar las armas, para el grupo que ira en vuestra búsqueda. Los que estamos en la parte edificada, ya hemos concretado la hora del ataque. Nosotros no dudaremos en matar. Así que espero que vosotros tampoco. Conoces a todos los nuestros. El resto hay que aniquilarlos. ¿te queda claro?
-Clarísimo. –contesté

Al finalizar nuestra conversación, nos reunimos todos alrededor de Dani. Repasaba con todos y cada uno todos los detalles. Daba ánimos a los más acobardados. Era un auténtico líder. A pesar de ser el más joven de todos los presentes. Nacho y yo, tuvimos una conversación previa a nuestro reencuentro del día siguiente. Tras quedar todos ya convencidos del plan, se marcharon. Nuevamente me quedé solo. Algo dentro de mí, hacía que no pudiera pegar ojo. Quizá los nervios. Pero aquello se llevaría a cabo ya. Debía mentalizarme, de que al llegar el momento no podía fallar. Quitaba y ponía el seguro de mi arma. Tratando de familiarizarme con el proceso, para no atascarme llegada la hora. Dejé preparado todo para cuando llegase Nacho, irnos lo antes posible.
Por la mañana temprano, escuchaba a los pájaros piar. Algunas palomas paseaban por aquel tejado a punto de derrumbarse. El ruido del motor, me avisó de que se acercaba. Antes de que llegase, abrí los portones. Llegó con una furgoneta pequeña.
-Buenos días, -me saludo
-Hola. –contesté
-Veo que has estado entretenido esta noche, ¿nervioso? –preguntó
-¿A caso tú no lo estás? –contesté con otra pregunta
-A decir verdad, un poco. Pero ya no hay vuelta atrás. Tenemos que darle matarile a esa gente.

Cargamos las armas en el furgón, y enseguida nos marchamos. Condujo por otra ruta a la que estaba acostumbrado. Era evidente, que debíamos asegurarnos de no encontrarnos con nadie hasta llegar al pueblo. Nuevamente, llegamos hasta aquel pueblo donde pasé la noche con Marta. Efectivamente, allí había un barco. Viejo. Con la pintura desgastada por el sol y el mar. Llevó la furgoneta hasta casi el embarcadero. Fuimos cargando las armas, y guardándolas  en el interior del barco. Sobre una mesa. Cuando terminamos, llenó un par de garrafas con combustible y llenó los depósitos del barco. Me ordenó desatar la cuerda que amarraba el barco, y tras seis intentos, logró ponerlo en marcha. Antes de irnos, sacó un mapa que extendió sobre la mesa. Hacia una serie de cálculos, que yo no era capaz de entender. Al verme, me tendió su paquete de tabaco y me ofreció.
-No tengas prisa –me dijo- hace mucho que no navego.
-¿puedo preguntarte a que te dedicabas antes? –pregunté
-Trabajaba para mi suegro. En una naviera en Alicante. Me dedicaba a la contabilidad. –contestó
-¿Qué fue de tu familia? –continúe preguntando
-Cuando empezó todo, estaba con mi mujer en el hospital. Pensábamos que tenía esa enfermedad, pero resultó que no. El hospital se volvió un caos. Nos encerramos en la habitación hasta que pudimos salir. Había cuerpos por todas partes. Vimos a los primeros infectados. Estuvo a punto de morderme uno de ellos, pensando que era una persona que necesitaba ayuda. Escapamos de allí. Cuando volvimos a buscar a nuestras familias, o se había convertido, o estaban siendo devorados. Lara y yo, vagamos por días de casa en casa. De ciudad en ciudad. Hasta que nos encontró el Patrón. Poco después mi mujer fue asesinada por ese malnacido. Se negó a sus peticiones. Estuve sometido a esa gente hasta que llegó Dani y Silvia. Tienes suerte de que aun siga viva. Deberías dar las gracias a tu hermano por todo lo que ha hecho por ella. Aunque Silvia, por lo poco que conozco, es muy fuerte. Muchas de las mujeres de la isla, han encontrado un motivo para vivir, gracias a ella.
-Me alegra oír eso. –suspiré- Es una pena que no la recuerde. ¿aparte de ella, alguien más está embarazada? Me refiero a que están embarazadas por esos tipos
-Dos de ellas, imagino que de las primeras, dieron a luz hace unas semanas. Esta gente, sabe lo que se hace. Tienen a una mujer que se encarga de ellas. Creo que es matrona. Ya la conocerás, pues debería atender a Silvia cuando llegue el momento.
-Si salimos de esta… -reconocí
-Si salimos…-me dio la razón.

Continuamos conversando un buen rato sobre la vida antes de la pandemia. Tenía una vida bastante acomodada, que evidentemente, echaba de menos. Era un chico de barrio, que por casualidades de la vida, se enamoró de una mujer con recursos. Después de acabar la universidad, se casaron y su suegro le contrato en la empresa. Entre otras cosas, con lo que ganaba, pudo costearse un curso marítimo. De ahí sus conocimientos. No tuvieron hijos, a pesar de intentarlo varias veces. Justo antes de los primeros casos, comenzaron los trámites para la adopción. Nunca se llevaron a cabo. Envidiaba la forma en que recordaba todo. Hablamos también sobre lo que sucedió cuando nos atacaron. Él se encontraba en otro de los barcos. Aunque no tuvo nada que ver. Ya que solo trataba de sobrevivir de la mejor manera posible. Después de conocer a Dani, ambos empezaron la revolución en silencio. Poco a poco, la clase baja de la isla, se fueron uniendo. Evidentemente, las mujeres también. No recordaba al Dani de antes, tan solo desde hace unas semanas, pero igualmente me sentía orgulloso de cómo se comportaba. De cómo había organizado a tanta gente para liberarse de aquellos opresores. Cada vez que pensaba en Silvia, no podía evitar acordarme de Marta. Tenía sentimientos encontrados. Pues en estos momentos, no sentía nada hacía Silvia, mas allá de que fuera la madre de mi hijo neonato. Sin embargo, añoraba la compañía de Marta. Su sonrisa. Su cuerpo. Intentaba convencerme a mí mismo de no volver a pensar en ella. Pero siempre tenía su imagen en la cabeza. Incluso, días atrás, estuve tentado de abandonar todo aquello y volverme al Hotel. No me pareció, que fuese lo correcto.
Finalmente, Nacho, marcó la ruta y nos pusimos en marcha. Navegamos hacia el interior del mar. Bastante alejados. Advertí como observaba insistentemente la brújula. Temía que nos perdiésemos. La costa casi no se podía ver desde aquella distancia. El mar estaba en calma, y el sol era maravilloso. Para cuando me quise dar cuenta, ya habíamos bordeado la pequeña isla. Con los prismáticos pude ver el pequeño embarcadero que nos dijo Dani. Era el momento de lanzar el ancla, y esperar fondeados hasta la hora que nos indicó Dani. Debíamos esperar hasta casi las siete de la tarde. Cuando los barcos del Patrón comenzaban a zarpar de la península hacia la isla. El ataque se produciría a las nueve y media de la noche. Hora en la que la mayoría de gente de confianza del Patrón se encontraba en la isla. Cada grupo, cada mujer y hombre tenía fijado un objetivo o varios. Incluso nosotros. Pues, tanto el grupo que vendría a recibirnos como nosotros yo, éramos la sorpresa, en caso de que algo fallara. Un seguro. Una última oportunidad. Mientras esperábamos, Nacho me tendió una porción de pescado en salazón. Debíamos conservar fuerzas, pues la batalla era dura. Recargamos todas las armas, y la munición restante la guardamos en varias mochilas, que repartiríamos.
La alarma del reloj de Nacho emitió un pitido. Nos estaba avisando de que era la hora. La hora de comenzar algo de lo que solo había dos finales posibles. Elevamos el ancla y pusimos rumbo al embarcadero. Me coloqué en la parte delantera, con la pistola en mano. Preparándome, mental y físicamente. Ya no había vuelta atrás.

Hasta que la muerte nos reúna. Capítulo 34

El plan consistía en ir pasando poco a poco, clandestinamente, las armas a la isla. Por eso había tan pocas en la nave. Armarían a las mujeres, sobretodo. Dentro de la isla, tan solo llevaban armas los hombres de máxima confianza del Patrón. Entre los que se encontraban, violadores, pederastas, ex convictos… vamos unas joyas en bruto. Tanto Dani como el resto de clase baja, eran los encargados de abastecer a la isla. Salían en busca de recursos. Siempre coaccionados con la muerte de algún ser querido. Si encontraban algún arma, la escondían en la nave. Tan solo podían pasar una o dos armas cada vez, y cambiando el portador. En la isla, se la asignaban a una de las mujeres. Por lo general, nunca las registraban y podían esconderlas hasta el día que se revelasen. Ayudé en las incursiones por mi cuenta. Aunque tan solo pude encontrar una escopeta de cazador sin munición. Los días pasaban, y no había nada concretado aún. Silvia dejó de salir. Ambos nos dejamos claro nuestras intenciones. El único objetivo ahora era conseguir liberarlas, matando a todos los hombres del Patrón. Después, sin peligro, trasladaríamos a todo el mundo hasta la península. Cada cual se buscaría su destino. Aunque Dani y Silvia me pidieron que no me expusiera, no les hice caso. Cada día espiaba un punto de vigilancia. Casi me conocía ya todas sus maniobras. Sus manías y defectos. Incluso llegue a ponerle nombre a cada uno de ellos. Calculaba el tiempo que tardaban en llegar de la isla a la península, y al revés. No sé si me serviría de algo, pero quedarme encerrado en aquella nave colmaba mi paciencia.
Una tarde, en la nave, Dani quiso hablar conmigo antes de marcharse con el grupo.
- Quería enseñarte algo que encontré por casualidad. –sacó algo de su bolsillo- Es una foto que conservaba en la cartera. Como ves, aquí estas tú. Al lado de papá. Mamá está a la izquierda, cocinando la paella de los domingos. Y este soy yo. Sentado en el sillón jugando a la consola.

Efectivamente era yo. Bastante más joven, pero era yo. La miré detenidamente. Era desesperante no acordarte de tu familia. En la foto podía verse también lo felices que éramos en esa época. Llegué a sonreír imaginándome la sensación de sentarnos a la mesa. Tomando una copa de vino y comiendo paella.
- Los echo de menos, -me dijo triste- igual que a ti. ¿Cómo es la sensación de no echar de menos a nadie?
- Lo que yo siento no es de menos. –contesté- Es la necesidad de querer recordar a alguien querido, para echarlo de menos.
- Recuerdo cuando les dijiste que te marchabas a ese pueblo a trabajar. –dijo
- ¿No vivía en la misma ciudad que vosotros? –pregunté
- No. Algo te pasó, y tu empresa estaba abriendo una sucursal allí. Pediste el traslado y en dos semanas te fuiste. –me contaba
- ¿Tenía novia? –pregunté- No me refiero a Silvia. Sé que la conocí después.
- No. Al menos que nosotros supiéramos. Sí que te vi con alguna de vez en cuando, pero creo que no tuviste nada serio con nadie.
- ¿Tengo alguna foto con Silvia? –la verdad, estaba interesado.
- Si la tienes, lo desconozco. Puedo preguntarla esta noche. –contestó
- Te lo agradecería. ¿Cómo está?
- Triste.
- A ella… ¿la han…? –pregunté asustado
- Violado. –terminó la frase- No. A ella no la han tocado. Su embarazo la ha salvado. No tocan a las embarazadas. Pero a Maria y Caterina sí. Por eso debes ayudarnos.
- Dios…-dije asqueado- no imagino el infierno que estarán pasando
- No, no te lo imaginas. Yo sí. –decía sumamente encolerizado- No puedes imaginarte escuchar a esas mujeres gritar de dolor. Los gemidos de los depravados hijos de puta. No puedes imaginarte el no poder ayudarlas. No hacer nada, porque puedes morir en ese instante.
- ¿Cuándo se llevará a cabo el ataque? –pregunté ansioso
- Muy pronto. Aún no están todas las mujeres armadas.

Aquellas palabras que describían por lo que estaban pasando me impactaron. Era evidente que todos los sublevados no tendrían reparos en matar. Yo quizá sí. Aún no había matado a sangre fría a ningún vivo. Eso supondría un problema a la hora de hacerlo. Las dudas. No debía dudar. Para ello, debía prepararme mentalmente. Nos despedimos de nuevo, pues deberían volver pronto. Si no, sospecharían. Afuera sonó un trueno. Retumbó por todas las paredes de la nave. Se avecinaba tormenta. Dani, cogió una de las pistolas que había en el armero, y la cargó. Después me la entregó
- ¿Sabes usarla? –me preguntó
- Realmente no. –contesté avergonzado.
- Quitas el seguro –me lo señaló- y aprietas el gatillo. No dudes en usarlo si lo ves necesario.
- Gracias Dani. –le dije- No te recuerdo. Pero siento que te aprecio.
- Yo también hermano. –me dio un abrazo- Cuídate. Estaremos varios días sin aparecer. El Patrón quiere que exploremos un área alejada.
- Tened cuidado –le dije

Como era habitual ya en mí, continué espiando los puntos de vigilancia. No sabía cuánto tardarían en volver Dani y el resto del grupo. Si bien, me dejaron algunas cosas para poder subsistir, no eran suficientes. Me adentré mucho más hacia el interior, dejando la costa un poco de lado. Incluso me acerqué hasta la ciudad grande más cercana. Era muy complicado andar sin encontrarte muertos por todas partes. La vegetación iba ganando terreno a edificios y calzadas. Si conseguía entrar en establecimientos de comida sin ser visto, podía encontrar muchas cosas valiosas. Aun así, no podía llevármelas todas. De una ferretería me llevé un camping gas y varias bombonas de gas pequeñas. Así como alguna sartén y herramientas varias. No sabía si aguantaría el peso la moto. En la calle, mientras rellenaba el depósito, con el método habitual de estos días, escuché el ruido de un carrito de supermercado. Me escondí detrás del coche. Eran dos chicos jóvenes. De unos veinte años, no más. Transportaban en el carrito todas sus pertenencias. Pasaron por mi lado sin darse cuenta de mi presencia. Pero se fijaron en mi moto y las cosas que tenía. Evidentemente tuve que defenderlas.
- Eh –les grité- Son mis cosas

Los chavales dieron un pequeño salto del susto. Del carrito, sacaron dos barras de hierro y trataban de golpearme. Los esquivé. Aunque mi instinto, hizo que me abalanzara contra el más cercano. Le di varios golpes y soltó la barra. El otro venía hacia mí. Pude retirarme lo justo para que solo me rozase. Volvió a la carga y golpeó al coche en el que me apoyaba. No tenía intención de abandonar mis cosas, así que inicié la ofensiva. Le quité al otro chico la barra y le ataqué. Evitó el primer asalto.
- Vale, vale –dijo algo asustado el chaval
- Mierda, -grité
- Llévatelo. Pero no nos hagas nada. –me dijo el chaval del suelo
- ¿Qué me lleve qué? –estaba aún eufórico- No quiero vuestras cosas
- ¿Entonces porque nos atacas? –preguntó el que estaba de pie
- Solo estaba defendiendo mis cosas –contesté
- Pensábamos que estaba tirado, tío –me dijo
- Pues no. –solté con rabia la barra de hierro.

Me dispuse a terminar de llenar el depósito, cuando los muertos que estaban por los alrededores, se disponían a darnos caza. El ruido que provocamos, no eran ajeno a ello. Maldije al ver que se acercaban por todas partes. Eran demasiados para hacerles frente. Los chavales estaban asustados, igual que yo. Vi el portal de un edificio abierto. Sin cristales. Corrí hacia dentro, y les hice una señal para que vinieran. Dudaron por un segundo, pero al ver a los primeros a escasos metros, aceptaron mi propuesta. Cerramos el portal, y subimos hasta el primer piso. La puerta no aguantaría mucho sin cristales. No tardarían en encontrar el resquicio para entrar o tirarla. Había cadáveres inertes por el suelo. Teníamos que pisarlos para poder continuar. Algunas viviendas que tenían la puerta cerrada, al pasar escuchábamos los golpes de los muertos de dentro. Subimos hasta el segundo piso. Igualmente, cadáveres por el suelo, excepto uno que se levantó. Uno de los chavales, me adelantó y asestó un duro golpe en el cráneo del muerto antes de que se levantase por completo. Una vez en el suelo, le golpeó otras dos veces. Las casas estaban cerradas y repletas de muertos vivientes. Llegamos hasta el cuarto y último piso. Ninguna vivienda nos prestaba la ayuda que necesitábamos. Escuchamos el crujido de la puerta principal. Había caído. Se les escuchaba entrar y subir las escaleras. Con todo el lio con los chavales, se me olvidó coger la pistola que llevaba en la mochila. Estaba atada en la moto. Me apoyé en una puerta. El golpe del muerto que por allí andaba encerrado, me asustó. Me retiré al instante. No había salida. Rebuscamos entre todas las pertenencias del cadáveres del suelo en busca de algo con que defendernos. Ellos llevaban una barra de hierro, pero yo nada de nada. No encontré arma que me sirviera. Los muertos seguían subiendo, eran lentos, pero efectivos. Los golpes de los inquilinos muertos, no ayudaba a camuflarnos. Estaban ya en el piso inferior. Mi nerviosismo llegaba a tal extremo que me temblaba hasta el último musculo de mi cuerpo. El sudor me caía por la frente. Sentí el sabor salado cuando rozaban mis labios. Golpeé una puerta para tratar de abrirla. Podíamos encontrarnos con uno o con varios, qué más da. Uno de los chicos me ayudó. La golpeábamos con todo el cuerpo. La cerradura comenzaba a ceder. Dentro de la vivienda, el muerto o los muertos estaban excitados. Gemían y arañaban la puerta con cada embestida. En el último intento conseguimos romper la cerradura. Del impacto, la puerta golpeó a los dos muertos de dentro, tirándolos al suelo. Nosotros también caímos. El chaval que quedaba en pie, nos arroyó para golpear a los muertos antes de que nos pudiera atacarnos. Por el pasillo ya venían los primeros muertos de la calle. Nos levantamos y cerramos la puerta. Mientras el otro se encargaba de los inquilinos, pusimos todo lo que encontramos para bloquear la puerta. Mesas y sillas hacían la barricada algo más segura. Cumplimentamos el bloqueo con una nevera que, directamente, tiramos. El piso olía condenadamente mal. Estaba todo oscuro. Abrimos las ventanas, para airear un poco la estancia. Recorrimos todas las habitaciones en busca de más muertos. Los de fuera, golpeaban sin cesar la puerta. Pero no la movieron ni un centímetro. Recobré un poco el aliento. Ellos hicieron lo mismo. Ya no había más salida que tirarse de un cuarto piso. Solo nos quedaba quedarnos en silencio y esperar. Menos mal, que en mi bolsillo aún tenía el paquete de tabaco. Uno de los chavales me pidió un cigarro. De mala gana, le ofrecí. Aun golpeando la puerta, estábamos más tranquilos.
- ¿Cómo os llamáis? –susurré, presentándome yo primero
- Soy Jesús, -dijo uno de ellos
- Diego…-contestó el otro
- ¿Vais solos? –seguí preguntando
- Dejamos un grupo hace unas semanas. –contestó Jesus
- Si. Nos enteramos de que hay una comunidad que se las apaña bien. –dijo Diego
- Cerca de Valencia, -prosiguió Jesus- creo que reclutan a gente. Que quieren crecer. Volver a crear algo importante.
- Entiendo…-sabía exactamente de quienes hablaban-… si salimos de esta, mi consejo es que no valláis. Si son los que creo, no esperéis mucho de ellos.
- ¿Eres de ese grupo? –preguntó Diego
- No. Pero tengo gente que sí. Y os aseguro que no son sus mejores vacaciones. –contesté

La puerta crujió, parándonos un segundo el corazón.

viernes, 9 de junio de 2017

Hasta que la muerte nos reúna. Capítulo 33

Tuve que sentarme y pedir un vaso de agua. Aquello trastocaba todo. Tan solo tenía intención de conocerla y si recordaba, quedarme. Seguía sin reconocerla. Pero aquello…aquello lo cambia todo. No estaba con la certeza de que fuera mío, pero todo encajaba. Dentro de mí sabía que los conocía a todos, pero me era imposible saber nada más de lo que ellos me contaban. Antes de secuestrarnos, Silvia ya sabía que estaba embarazada. No quería contármelo, hasta estar completamente segura. Después de lo ocurrido con el Patrón, no tuvo la oportunidad de hacerlo. Necesitaba tomar aire fresco. Fuera aún estaban Marta y los demás. Fuera del coche. Al verme salir pálido, se alertaron.
-¿Qué ha pasado ahí dentro? –me preguntó Marta
-Necesito un cigarro. –contesté

Sergio se apuró en sacar uno de los suyos. Le di dos caladas profundas.
-Marta, no sé qué hacer. –comenté
-Pero cuenta de una jodida vez que ha pasado…-me regañó
-He conocido a Silvia…-dije
-¿Ya está? –se extrañó- ¿sales de esta manera solo por conocerla?
-No solo eso…

Dani y Silvia salían de la nave.
-Joder…-alcanzó a decir Marta sin pestañear-… no me jodas… ¿tiene un bombo?
-Si algo así, -contestó Silvia que ya había llegado donde nosotros- ¿Quién eres?
-Soy Marta. –se presentó amistosamente
-Encantada, soy Silvia –le tendió la mano- Me ha contado Dani, que le ayudaste. Muchas gracias.
-No hay de que…-me miró perpleja
-Eres guapa –dijo Silvia, ante el asombro de todos- ¿estáis juntos?

Si antes estaba pálido, ahora era un muerto viviente como los que nos querían comer a todas horas.
-No pasa nada. –decía Silvia- lo entiendo perfectamente.
-Que cojones…-decía Sergio con una sonrisa de oreja a oreja-… yo estoy flipando colegas… acabas de conocer a tu mujer, algo raro por otra parte. Ahora me entero que también estas con Marta… no tengo nada contra ti, por supuesto… resulta que tu mujer está embarazada, y esta le dice que entiende que esté con otra mujer…
-¡Cállate ya Sergio! –le recriminó Gaspar- Esto es serio, tío.
-¿Podéis dejarnos solos? –les pedí a Silvia y Dani.

Cuando se hubieron alejado un poco. Hablé con Marta.
-Marta, esto lo cambia todo…-comencé- Una cosa es que no recuerde nada, pero voy a ser padre.
-¿Cómo estás seguro de que es tuyo? –preguntó tratando de convencerme de algo
-Las fechas cuadran. –contesté- Por el estado en que va, tiene de más de tres meses. Yo llevo desaparecido un mes y medio.
-Entonces…-la vi abatida y decepcionada-… ¿aquí se separan nuestros caminos?
-De verdad, no es lo que me gustaría. Pero no puedo dejar que ese niño crezca sin padre y en compañía de esas personas.
-Te repito… ¿aquí se separan nuestros caminos? –insistió
-Creo que sí. –contesté conteniendo una lagrima.
-Me alegro de que por fin hayas encontrado a tu gente. A tu mujer y tu futuro hijo. -me decía
-¿Qué vas hacer? ¿vuelves a Barcelona? –pregunté porque no la quería perder para siempre
-Si. Si convenzo a estos de que me acompañen… por no hacer el viaje sola. –contestó- ¿te volveré a ver?
-No lo sé…-dije sincero
-Anda, dame un abrazo –sonrió

La abracé fuertemente. Me gustaba la sensación de tenerla cerca. Sentí como Silvia y Dani me observaban. No quería soltarla, pero ella terminó aquel abrazó. Sergio y Gaspar, hicieron lo mismo. Nos dimos un abrazo. Tan solo habíamos convivido unos días, pero conectamos bien.
-Ha sido un placer conocerte, Jason…-dijo antes de subirse al coche.

Sonreí. Esta mujer nunca cambiará. Es genial. Sergio y Gaspar, como siempre, haciendo bromas.
-¿Le ha llamado Jason? –dijo Gaspar
-Si, terco. Como el de la peli. –contestó con los ojos en blanco
-Ahhhh…ya lo pillo…-decía Gaspar dándose con la mano en la cabeza.
-Adiós tíos, sois la ostia. –me despedí de ellos- Cuidar bien de ella.
-Tranquilo Romeo –contestó Sergio
-¿Cómo? –pregunté extrañamente, pero ya se marchaban

Me quedé allí de pie viendo cómo se marchaban. Pensativo al, paradójicamente, resultarme altamente familiar eso de: Romeo. Dani, me sacó de mi letargo. Me pidió que entráramos dentro. Había muchas cosas que hacer, y poco tiempo. Ellos debían volver a la isla, pues como seguro, el Patrón se quedaba con Caterina. Entendí porque le dejaban salir con Silvia. Que precisamente, no dejaba de mirarme con insistencia y me llegaba incluso a molestar. Por el momento, mi hogar sería aquella nave. Suerte que había un sillón en la oficina, donde poder dormir. Dani me tranquilizó al decirme que aquella zona la habían limpiado de muertos. Era una zona segura. No quitaba que alguno pudiera aparecer. Al final del día, me quedé solo. Cerraron las enormes puertas y el silencio me invadió. De nuevo solo. Aunque ahora tenía en lo que pensar. Por fin había conocido a mi mujer y a mi hermano. Era extraño. Pues no lograba sacarme de la cabeza a Marta. De noche, el viento soplaba con más fuerza. Las placas del techo crujían y temí que el algún momento se desplomara. Miraba todas las estanterías en busca de nada en particular. Manipulé algunas de las armas que guardaban allí. Y observé el mapa con anotaciones que habían pegado a la pared. Al parecer eran puntos donde la gente del Patrón vigilaba para posibles asaltos. De gente que pudiera pasar por allí y apoderarse de sus cosas y mujeres. Además vi la localización exacta de la isla. Aunque no estaba mapeada, ellos la tenían dibujada. Los datos eran inexactos y la distancia con la península era superficial. Desconocía cuales eran los planes para derrotarlos. Tendría que esperar a que volvieran para enterarme. Lo que si tenía claro era que les iban a dar guerra, al volver a mirar las armas. A decir verdad, no eran muchas. Quince pistolas y dos fusiles. Claro, que ellos tampoco eran mucho más.
Al día siguiente, no vino nadie. Me sorprendió. Aunque imaginé que tendrían otras cosas que hacer. Yo no podía permanecer allí sin hacer nada. Di una vuelta por el polígono. Que tan solo contaba con tres naves independientes. Aunque una de ellas, su extensión era considerablemente mayor a las otras dos. En el aparcamiento de esa nave grande, pude arrancar un ciclomotor. Aún conservaba la mitad del depósito. Aunque el arranque eléctrico no funcionó. Lo hice manualmente. Me costó al menos diez intentos. Pero tiempo es lo que me sobraba. Con ayuda de un tubo de plástico, absorbí el interior de un depósito de un coche contiguo. Rellené un cubo con la gasolina que logré sacar. Esto se lo vi hacer en varias ocasiones a la gente de expediciones del hotel.  Con sumo cuidado rellené el depósito de la moto. No se llenó del todo, pero casi podía verlo desde el orificio de llenado. Puse rumbo hacia uno de los puestos de vigilancia más apartados.
Efectivamente, allí había un convoy de tres coches y doce hombres. Escondí la moto en el garaje subterráneo de un edificio de ese pueblo, y subí hasta el quinto piso. Desde allí los observé. La carretera principal la tenía bloqueada con los coches. Si alguien pasaba por allí, se los encontrarían de repente. El paseo marítimo finalizaba en un puerto deportivo. Acerté cuales eran sus barcos, pues en la cubierta se podía ver gente. El resto de barcos estaban hundidos o a medio hundir. Entre el grupo de los de tierra, había un joven que me llamó poderosamente la atención. Tenía el pelo largo y rizado. Con una ligera barba. Parecía ser el más novel. Le hacían bromas pesadas y el siempre bajaba la cabeza. A pesar de estar con ellos, era el único que no portaba arma de fuego. Tan solo una llave inglesa. Había algo de niebla, pero se podía distinguir en el horizonte una silueta. Supuse que era la famosa isla de las mujeres. Calculé que podría haber unos dos o tres kilómetros. Aquel día no pasó nadie a quien asaltar. Casi anocheciendo, tan solo quedaron tres hombres frente a los coches. Aunque otro grupo que salió a buscar recursos llegó y cargaron las cosas en los barcos. Eran dos furgonetas repletas de cajas. No supe de que eran desde esa distancia. Los barcos zarparon hasta la isla. Esa noche me quedé en aquel piso observando sus movimientos. Tan solo aparecieron dos muertos que los aplacaron enseguida. Como era de esperar, aquel edificio ya estaba saqueado y no encontré nada de valor. Me esperé hasta la mañana siguiente para saber cuándo volvían de la isla. Nuevamente, un grupo de personas se subieron en las furgonetas que previamente habían escondido, y se fueron. Sin embargo, otros hombres distintos se quedaron en el puesto de vigilancia. Los tres de la noche fueron al barco. Supuse que a descansar. Saqué de nuevo la moto del garaje, a pie. Una vez fuera, la arranqué y esta vez no le costó tanto. Volví al polígono industrial.
Esta vez, si habían vuelto. Silvia incluida. Al verme llegar en la moto se asustaron.
-Pensábamos que te habías arrepentido –me dijo Dani- ¿Dónde has estado?
-Me cansé de esperar. –contesté- Vi los mapas y decidí investigar por mí mismo.
-Hola, -me dijo Silvia que salía de la nave- ¿Qué tal estas?
-Un poco cansado. –le explique- Me he pasado la noche en un edificio enfrente de un punto de vigilancia.
-No deberías exponerte así. –me dijo- Si te vieran, pondrías en peligro el plan. Ellos no cuentan con que sigas vivo.
-Lo tendré en cuenta. –contesté fríamente
-¿Podemos hablar en privado? –me preguntó

Pasamos dentro de la oficina de grandes ventanales. Cerró la puerta. Nos sentamos en el sillón.
-¿De qué quieres que hablemos? –le pregunté
-De nosotros. –contestó- Esta situación me resulta difícil de encajar.
-Quiero que quede clara una cosa, -interrumpí- Si me he quedado es por ayudaros. Pero sobretodo porque no me gustaría que ese niño creciera con esa gente. En cuanto a nosotros, siento decirte, que no esperes que me comporte como si fuera tu marido, porque no lo soy.
-¿La quieres? –preguntó triste
-Supongo que si –contesté
-Después de todo lo que hemos vivido juntos, esto no es justo para ninguno. –dijo- Yo ya me había hecho a la idea de no tenerte. Pero ahora apareces de la nada. Está claro que no eres la persona de la que me enamoré. Por eso quería hablar contigo. Saber qué piensas. Por el niño, no te preocupes. Si todo sale bien, creo que podemos arreglárnoslas.
-Sí, me preocupo. –repliqué- Llevas dentro mi sangre.
-Eso no es suficiente. Deberías quedarte porque te importemos todos. Somos una familia. ¿Crees que serás feliz con una persona a la que no quieres?
-No. Creo que no sería feliz. –contesté- Quizá algún día pueda quererte. Pero ahora mismo no siento nada por ti. Te acabo de conocer.
-Me gustaría que si el plan funciona y nos deshacemos de ellos, te vayas. Que la busques y seas feliz. –propuso
-Si es lo que quieres, así lo haré. –acepté
-Eso sí, espero que entiendas que siempre te querré. Pase lo que pasé. Y te prometo, que cuando crezca, le hablaré de ti. Que sepa la verdad de porque no estas con nosotros.
-Te lo agradezco.

jueves, 8 de junio de 2017

Hasta que la muerte nos reúna. Capítulo 32

Todos nos quedamos estupefactos. Marta me miraba nerviosamente. Mi cabeza daba vueltas sin parar. Le solté y me aparté unos metros. Aquello era lo que menos me esperaba después de decidir seguir adelante. Escuché como Marta hablaba con él.
- ¿De verdad eres su hermano? –preguntaba atónita
- Lo vi morir…-contestó
- ¿Cómo que lo viste morir? –continuó Marta
- No puede ser mi hermano. –decía el hombre- Está distinto. Su mirada no es la misma.
- Escúchame, -le ordenó Marta- lo encontré tirado en la playa, en Barcelona. Despertó amnésico. ¿Os pasó algo? ¿Ibais en algún barco? ¿Crucero?

Mi supuesto hermano se acercó a mí.
- ¿Cómo es posible que estés vivo? –me preguntó- ¿No me reconoces?
- No. –contesté- No recuerdo nada de mi vida, desde hace casi dos meses.
- Soy Dani…-decía-… tu hermano pequeño… ¿Cómo es posible que no sepas quién soy?

Marta lo apartó de mí y me llevó a un lugar a solas. Donde nadie nos pudiera oír.
- ¿Estás bien? –me preguntó
- Confundido. –contesté.
- Escucha. –decía nerviosa- Es posible que esté diciendo la verdad dada su reacción. Podemos oír lo que te sucedió, y a partir de ahí, decidimos. ¿Qué te parece?
- Si. Si. –le dije- Esto no lo esperaba. No quiero que nuestros planes se vayan a la mierda.

Nos reunimos todos alrededor de nuestro coche. Nos contaba detalles y aspectos de mi vida antes del apocalipsis. De cómo, más tarde, nos reunimos en un camping en la sierra de Madrid. Los problemas que tuvimos con unos curas y chinos. Incluso me hablo de mi mujer, Silvia. En esa parte, vi a Marta más nerviosa. Entonces vino la parte en la que el hombre que nos encontramos en el hotel, nos traicionó. De cómo aquellos marineros, nos secuestraron.
- Cuando nos subieron al barco, nos encerraron individualmente en unos camarotes. Pasamos una noche allí, y después nos subieron a la cubierta. Te presionaban para que aceptases que se llevaran a Silvia, Maria y Caterina. No dabas tu brazo a torcer. –paró un momento para respirar- Después vino lo peor. Para convencerte de que te unieras a ellos, mataron primero a Pol y después a Marcelo. Trataste de impedirlo, y entre cinco o seis hombres te dieron una paliza. Yo pensaba que iba a ser el siguiente, pero te dieron un golpe brutal en la cabeza y emanabas sangre por todos lados. Sabíamos que te habían matado. No tuve elección, y me rendí. Ellas necesitaban ayuda. Vimos cómo te tiraban por la borda, y nunca más supimos de ti. Te dimos por muerto.
- Joooooder. –dijo Sergio- La ostia, lo que os ha pasado es de traca.
- ¿Qué pasa con las chicas? –pregunté
- Están bien. Bueno…-contestó- todo lo bien que pueden estar. Yo conseguí ganarme la confianza del Patrón. Como le llaman todos. A la única que pude proteger, realmente, es a Silvia.
- Pero tú estás aquí. ¿Por qué? –preguntó Marta
- Como os cuento, me he ganado su confianza. Pero solo para prepararnos.
- ¿Prepararos para qué? –pregunté
- Esta gente con la que voy, son familiares de las mujeres de la isla. A unos veinte kilómetros, en un polígono industrial, nos reunimos a espaldas de esa gente para elaborar un plan y liberar a todas esas mujeres sometidas. –nos contaba
- ¿y ahora que va a pasar? –preguntó uno de los hombres de Dani
- Supongo que te unirás a nosotros, ¿verdad? –me preguntó Dani
- No lo sé…-contesté sincero-…no te reconozco. Todo lo que me has contado de mí, tiene mucha verosimilitud. Aunque no estoy convencido al cien por cien. Viajé desde Barcelona solo para encontrar respuestas. Pero no me han aclarado nada. No puedo exponer a estas personas por algo que no les incumbe.
- Hazlo por ella. –propuso Dani-Se lo merece. Es una tía genial. Erais la pareja perfecta. No se merece que la abandones ahora. Déjame que prepare una reunión. Puedo sacarla de allí cuando quiera. Siempre que vuelva. Son las normas.

Marta me miraba preocupada. Era una situación que suponía un peligro, desde el punto de vista de Dani.
- Hazlo. –me dijo Marta- No te prometo que vaya a ayudaros con ese plan. Pero creo que debes reunirte con ellos. Quizá recuerdes algo y te ayude.
- Eh, gente –dijo uno de los hombre de Dani- Deberíamos irnos. Se acercan muertos.
- Escucha hermanito. –se apresuró- nos tenemos que ir. Ya sabes dónde está nuestro lugar de reunión. Mañana te espero allí.

El coche que habían estrellado, pudieron arrancarlo. Tenía el morro destrozado, pero andaba. Se fueron a toda prisa. Nosotros hicimos lo mismo. El golpe fue fuerte, pero también lo pudimos mover. Nos subimos y nos largamos de allí antes de que llegaran los muertos. Nos alejamos lo suficiente, para no ser devorados. Buscamos otro vehículo que nos permitiera continuar. Ya que empezaba a dar trompicones y era difícil controlarlo. Mientras traspasábamos las cosas de un coche a otro, noté a Marta inquieta. No me dirigía la palabra. Reanudamos la marcha con el coche nuevo, después de sacar gasolina de otros tres abandonados. Mi mente no dejaba de pensar en la historia que nos contó Dani. Ella lo sabía y aun así no me dijo nada.
- Chicos, -rompí el silencio- parad. Parad.

Sergio detuvo el coche y me miró para ver qué pasaba.

- Sé que no os debo nada. Por eso, no os voy a meter en este embrollo. Creo que voy a aceptar la invitación. –les dije
- ¿estás seguro? –preguntó Marta con tono frio
- Si, por eso, tampoco quiero que me acompañes. No es justo tampoco para ti. No queda muy lejos el polígono donde se reúnen. Me bajaré aquí.
- Y ¿Qué pasa conmigo? –se enfadó
- Sergio, -le llamé-, ¿os importaría hacer una parada en Barcelona?
- Ni de coña, -contestó Marta- no, no y no.
- Escucha Marta, no sé cómo voy a reaccionar cuando vea a mi mujer. Mucho menos la reacción que tenga ella al verme.
- Me da igual. Vine aquí para ayudarte. –insistía- Me prometiste algo, ¿recuerdas? Entiendo que tiene que ser duro, ahora que has encontrado algunas respuestas.
- Ey, ella tiene razón. –dijo Gaspar- Además ya nos has metido en esto. Quiero saber cómo acaba.
- Y yo…-continuó Sergio
- Pues ya lo sabes. –seguía enfadada- mañana, todos, iremos a terminar esto.

Bajé la cabeza a modo de vergüenza. Me estaba comportando como un auténtico gilipollas. Aquellas tres personas me lo ponían todo fácil, y yo complicándolo. Asentí, y Sergio prosiguió. Llegamos hasta los alrededores del polígono. La reunión sería al día siguiente. De todos modos, por precaución, decidimos parar en un lugar seguro y apartado. Aquella noche, casi no dormí ni hable.
Llegado el momento, nos pusimos en marcha. Fuimos hasta el polígono, y en una de las naves vimos coches y movimiento de gente. Al vernos llegar, avisaron a Dani que se encontraba dentro. Nosotros permanecíamos en el coche. Pedí que se quedaran dentro, al menos de momento.
- Mi promesa sigue en pie, -me dijo Marta

Salí del coche y caminé nervioso hacia el grupo de personas que me esperaban en la puerta. Dani, me miraba con desconcierto.
- Ven, -dijo dándose la vuelta- dentro hay alguien que está deseando verte.

Me temblaban las piernas. Hasta me sentí algo mareado. No sabía cómo comportarme en este momento. Pasamos por la puerta, hacia el interior de la nave. Tres hombres y un chico joven, catalogaban en varias mesas, algunas armas con su munición. Al fondo, un pequeño despacho con grandes ventanales. Dentro se encontraban dos mujeres. Al entrar en aquella oficina, una de las mujeres se levantó. Era más baja que yo. Tenía el pelo corto, a media melena sobrepasando las orejas. Supe que sería Silvia. Me miraba con miedo y tristeza a la vez. Los ojos se le inundaron de lágrimas y no podía pronunciar palabra. Caminó hacia mí y me tocó la cara. La observé detenidamente, tratando de recordarla. Imposible. No lo la recordaba. Era una autentica desconocida para mí.
- Hermanito, -dijo Dani- te presento a tu mujer.
- ¿De verdad eres tú? –hablaba bajito y tratando de no llorar.
- Supongo que sí. –conseguí contestar
- ¿Es cierto que no recuerdas nada? –me preguntó cariñosamente
- Lo siento, -contesté con el corazón a mil- no te conozco.
- Soy Silvia, cariño. –me decía aterrada- tu mujer. Llevamos juntos desde hace más de un año.
- Silvia, -la interrumpió Dani- es inútil. No es la persona que conocíamos. A menos que recuerde…
- De verdad que lo siento. –me sentía mal por no reconocerla
- Tranquilo –me dijo Dani- lo entendemos.

Silvia se separó de mí. Ya había perdido a su marido una vez. Ahora que lo encontraba, lo perdía de nuevo. Entonces lo vi. Me fijé bien en ella. Se me cortó la respiración por unos segundos. Si era cierto que era mi mujer, y así lo demostraban, aquello me desconcertó mucho más. Bajé la mirada hacia su vientre. Aunque llevaba una camiseta ancha, se podía distinguir un bulto.
- ¿Estas…? –no pude terminar de preguntar.
- Si… -sonrió levemente-… lo estoy. Lo estamos
- ¿Es mío? –pregunté sabiendo lo que hacían esa isla
- No te preocupes, -interrumpió Dani- no la han tocado.
- Es nuestro. –contestó Silvia

miércoles, 7 de junio de 2017

Hasta que la muerte nos reúna. Capítulo 31

Al vernos salir tan efusivamente, los integrantes del coche frenaron en seco. Aún estaban lejos de nosotros. Tanto Marta como yo, íbamos hacia ellos con paso lento. No habían entrado al pueblo aun, cuando retrocedieron para dar la vuelta. No entendía nada. Antes de que se fueran, los empezamos a gritar que no se fueran. Debe ser que nos escucharon, porque no continuaron la marcha. Casi nos quedamos sin aliento para llegar hasta el coche. Allí estaban dos hombres esperándonos. Ninguno se sorprendió al verme, por lo que deduje que no me conocían.
-Perdonad –les dije recuperando el aliento- ¿Vivís aquí?
-No, solo estamos de paso –dijo el conductor. Un hombre de mediana edad, con barba- Pensábamos que estábamos invadiendo algún asentamiento.
-No, para nada. –contestó Marta- Acabamos de llegar nosotros también.
-¿Entonces no os molestará que pasemos la noche aquí? Parece buen lugar. –dijo el otro hombre. También de mediana edad con barba muy espesa y pelo largo hasta los hombros.
-No, no. Me parece bien. –contesté yo

Una vez, todos abajo, ya cerca de las casas, salieron del coche. Eran mucho más altos de lo que parecían sentados. Vestían con ropa de montañismo. Di una rápida ojeada a la parte trasera del coche. Tenían esterillas, camping gas, y lo que parecía ser una tienda de campaña. Además de unas neveras portátiles y dos escopetas. Nos presentamos.
-Pues yo soy Sergio, -dijo el conductor- y mi colega es Gaspar.
-Entonces no sois de aquí…-dije
-Que va…-contestó Sergio-…desde que empezó todo hemos ido de allí para acá. Toda la vida hemos hecho senderismo. Así que huir de la masificación de las ciudades era nuestro hobby. ¿Cuál es vuestra historia?
-Uff…-dijo Marta-… desde que lo conocí, una locura. Es complicado. Venimos desde Barcelona. Pero que lo cuente él.
-Lo mío es… diferente. –contaba- hace como un mes y medio, desperté amnésico en la cama de un hotel. En el hotel donde vivía Marta y otros supervivientes. Seguimos una pista hasta aquí, que nos dio un hombre que dijo que me conocía.
-¿No jodas? –se rio Gaspar- ¿No te acuerdas de todo lo que pasó? O ¿solo de algunas cosas? Sergio, esto daba para una de tus historias de la radio.
-¿Eras locutor? –preguntó Marta.
-Más o menos. –contestó Sergio- Algo amateur.

Nos sentamos en la playa, e hicieron una fogata. Nos contaron mil y una historias sobre todo el año que llevábamos tras el apocalipsis. Lo contaban con una naturalidad que nos sorprendía. En las neveras que vi en el coche, tenían cervezas frías. La verdad, sentir de nuevo una cerveza fría pasando por mi garganta, fue orgásmico. Al parecer, también eran buenos cazadores. Compartieron con nosotros, carne de ciervo asada en las brasas. Parecían buena gente. A pesar de haberse encontrado con gente que les puteó, seguían confiando en la humanidad. A su modo, claro. Viajaron por todo el país. Vieron ciudades enteras devastadas por los muertos. Incluso, alguna bombardeada por el ejército. Su única intención, y su modo de supervivencia, era moverse constantemente.
Al llegar la noche, Marta y yo nos fuimos hasta una de las casas. Justo en la que estuvimos anteriormente. Sergio y Gaspar, prefirieron acampar en la arena. Cuando estuvimos solos, y en la habitación, hubo un momento de incomodidad.
-Si quieres quédate en la cama. Yo me voy al sillón. –le dije
-¿Quieres que hablemos? –preguntó casi susurrando
-¿Sobre qué?
-Sobre ti. Esto está abandonado. Si alguien de tu familia estuvo aquí, creo que no volverá. ¿quieres seguir buscando? –me hablaba con cierta tristeza- Podemos volver al hotel. Hablaré con Andrés y le convenceré de que te quedes.
-No creo que sea buena idea. No me traga desde el primer momento. Desde el primer momento en que tú te interesaste por mí. Y yo de ti. Está claro que quiere algo contigo.
-Jajaja… -soltó una carcajada…jajaja. Perdona que me ría… jajaja… ¿de verdad piensas que Andrés quería algo conmigo?
-No es normal su actitud para conmigo…-no entendía porque se reía.
-Estate tranquilo por eso…jajaja –seguía riéndose-
-No entiendo que te rías. Es normal que le atraiga una mujer como tú. –estaba alucinando
-¿Recuerdas a Fran? –preguntó por uno del grupo de expediciones
-Es su pareja. –dijo conteniéndose una nueva carcajada- Son pareja desde hace años. Fueron los que me encontraron y me acogieron.
-Ah –conseguí decir
-Oye, pero me ha gustado que tengas algo de celos por mí…-dijo.

En ese momento, me entró la risa a mí también. No porque Andrés fuera homosexual, ni mucho menos. Si no por lo patético que había quedado que pensase que quería algo con ella. Tras reírnos un buen rato, la seriedad dio paso. Me acerqué a su boca y la besé. Al principio se retiró. Pensé que había cometido otro error, pero no. Nuevamente me acerqué y bese. Ella se iba apartando de mí. Retrocedía, y la besaba. Así hasta llegar al colchón. En el último intento, nos dejamos caer sobre él. Teníamos demasiada tensión sexual acumulada. Lo que derivó en un polvo demasiado rápido y agresivo. En esta ocasión era más consciente. Éramos más conscientes, y nos excitó mucho más. Nos quedamos tumbados en la cama sin hablar. Quizá por aquel esfuerzo final, me encontraba extasiado. Creo que ella también. Porque respiraba rápida y profundamente bocarriba.
-Joder…-dijo-… ¿estás seguro que quieres encontrar a tu mujer?

La miré con los ojos abiertos de par en par y solté una carcajada.
-Jajaja…-me reí-…Justo en este momento, sería algo embarazoso. ¿No crees?
-Mierda…ya te digo. –dijo mirando hacia la puerta- Esperemos que no le dé por venir ahora.
-Vámonos. –dije en serio.
-¿Cómo? –se extrañó- ¿Ahora?
-Vámonos a otro lugar. Ya no quiero saber nada. –estaba casi convencido.
-Eso lo dices ahora, porque te sientes mal. Culpable porque te han dicho que te casaron en un apocalipsis. –se incorporó- Mañana, cuando te levantes, seguirás con la duda de quién eres.
-Está bien. Seguiré queriendo saber quién soy. Pero ahora mismo, soy lo que quiero. Y quiero estar contigo. –dije acercándome a su boca.
-¿Estás seguro? –preguntó con miedo poniendo un dedo en mi barbilla
-Seguro. –contesté
-Mierda tío…-vi sus ojos vidriosos-…sé que no es cierto.
-No te voy a mentir. Quiero recordar de una puta vez quien soy. Pero eso no va a cambiar mis ganas de estar contigo.
-Espero que sea verdad. –dijo tumbándose de nuevo y dándome la espalda- Porque me harás mucho daño. Piénsalo bien esta noche. Te toca hacer guardia.

Tras escuchar eso, me vestí y me fui hasta el salón. En uno de los cajones, encontré un paquete de tabaco y dos mecheros. Salí al pequeño balcón y me encendí uno. La noche era cálida. Tranquila. Las olas llegaban apagadas a la orilla. La hoguera de Sergio y Gaspar prendía con fuerza. Ambos permanecían aun fuera de la tienda de campaña. No podía escuchar de qué hablaban, pero parecía que lo pasaban bien. Sonreí. Pues alguien en este mundo de mierda, no desaprovechaba la oportunidad de ser feliz. Comenzaba a amanecer y casi me había acabado el paquete de tabaco. No tenía sueño. Pero tuve muchísimo tiempo de paz, para pensar. Debía demostrarle a Marta que lo que decía era verdad. En cuanto se despertase, le pediría que nos fuéramos a otro lugar. Lejos de aquí. Con Sergio y Gaspar si hiciera falta.
El sol ya había salido por completo, y Marta aún seguía durmiendo. ¿Cuánto dormía esta mujer? Al llegar a la habitación descubrí que no estaba dormida.
-Pensaba que aun estabas dormida. –le dije
-Llevo un rato despierta. –dijo con semblante serio.
-Escucha Marta, -me senté a su lado- lo que te dije anoche lo sigo queriendo. Vámonos lejos de aquí. ¿Qué te parece si nos unimos a Sergio y Gaspar?
-Me parece bien. –contestó forzando una sonrisa.
-No quiero que te sientas mal. –acaricie su mejilla
-De verdad. Estoy bien. –noté ternura- Es solo nostalgia. Estuve con Enric desde los quince años. Éramos compañeros de clase y vecinos. Nos hicimos novios desde esa edad. No he tenido más novios que él. Bueno… algún que otro amante… lo confieso…, pero él también me engañó con alguna. El caso es que, vuelvo a sentir algo por alguien y me asusta.
-Si te sirve de consuelo, yo no recuerdo si tuve novias. Ni donde crecí. Si me gustaban los macarrones o la fabada. Tampoco cual era mi profesión. Solo se, que me desperté en la cama de un hotel sin recordar nada, y la primera persona que vi, fuiste tú. Para mí eso mucho. Eres mi recuerdo más lejano y más cercano a la vez. Me siento privilegiado por eso.

Sergio y Gaspar llamaron a la puerta. Marta se vistió a toda prisa, mientras yo fui a atenderles.
-Con vosotros quería hablar. –les dije
-Perfecto. Porque veníamos a despedirnos. Continuamos nuestro camino. No es fácil encontrarse con gente que no quiere comerte. –decía Sergio.
-Quitando a los muertillos, no queda buena gente. –continuó Gaspar
-De eso quería hablar, pasad, por favor. –les invité

Marta ya se había vestido y salió de la habitación. Estábamos ya sentados.
-A ver, ya sabéis mi situación –comencé- vine aquí a buscar respuestas, pero no las he encontrado. Sin embargo, os hemos encontrado a vosotros.
-Resumiendo…-dijo Sergio con cara de desesperación. Como no queriendo escuchar sermones
-¿Queréis más compañía allá donde vayáis? –soltó sin tapujos, Marta
-Por mi guay, -Sergio miró a Gaspar
-Cojonudo, -contestó Gaspar
-Entonces sí, ¿verdad? –pregunté
-Sí, pero con una condición…-dijo Sergio con cara de pocos amigos.
-Tú dirás…-contesté algo asustado
-Que no des más sermones, joder…-ambos se empezaron a reír a carcajadas- …jurar es vivir.
-¿Cómo? –preguntamos Marta y yo al unísono
-Naaa… cosas nuestras. –contestó Sergio- Bueno, no pensareis que voy a guardaros las maletas en el coche, ¿no?

La verdad es que llevar ese coche era una ventaja. Guardaban de todo en el infinito maletero, y aun podían llevar a más personas. Por no decir del consumo. Marta y yo nos sentamos en la parte trasera. Comenzamos el viaje hacia donde nos quisieran llevar este par de locos. Al pasarme toda la noche sin dormir, en cuanto me subí al coche, me quedé dormido. Aunque noté como una de las veces, Marta me tomaba la mano y la acariciaba. Era agradable. Recuerdo soñar que iba conduciendo hacia no sé dónde. Llevaba la música alta y transitaba por una calle de un polígono industrial. Pasaba dentro de una nave y me ponía ropa de trabajo. Las personas de mí alrededor me saludaban sin decir mi nombre. Me acercaba a una caja de herramientas y me disponía a desmontar un cuadro eléctrico. Lo siguiente era como calentaba una pizza en un horno. Me abría una lata de cerveza y ponía la televisión. De pronto me sentí mareado. Trataba de levantarme, pero la habitación me daba vueltas. Noté como me golpeaba la espalda contra el suelo. Y desperté asustado. Marta dio un grito y no sabía por qué. Cuando pude ser consciente, noté un fuerte dolor en la espalda. En los asientos de adelante, no estaban ni Sergio ni Gaspar.
-¿Qué pasa? –pregunté asustado
-Hemos tenido un accidente. –decía recostada sobre mí.
-¿Dónde están? –pregunté al ver que el cristal no estaba roto, y no salieron por inercia
-Un coche venia por la otra calle, y nos hemos cruzado. No nos han visto a nosotros, ni nosotros a ellos. Están fuera discutiendo.

Como pude, abrí la puerta. Ya escuchaba a varias personas dirigiéndose insultos. Miré a mí alrededor. Estábamos dentro de alguna ciudad pequeña o similar. Nuestro coche estaba empotrado contra un semáforo apagado. El otro coche unos metros más adelante, estrellado contra uno abandonado. Seguía escuchando las voces y los gritos. Me levanté y me giré hacia la conversación.
-Me cago en la puta –decía Sergio- Tu venias más rápido que nosotros.
-Una mierda, -gritaba un hombre joven con pelo descuidado y algo de barba.
-Ahora tenéis que ayudarnos a encontrar otro coche. –le reclamó Gaspar.
-Ya pues claro. Si quieres llamamos a los seguros, no te jode –decía el otro hombre

Aquella discusión no llegaría a ningún puerto. De repente, aquel hombre me miró como si nada y continúo su discusión con Sergio. Pero dejó de discutir un segundo después para mirarme extrañado. Sergio le seguía diciendo cosas, pero aquel hombre ya no le escuchaba. Solo me miraba. A veces con cara de odio. Comenzó a caminar hacia mí. Sus ojos se le iban a salir de la orbitas. Marta, salió en ese momento. El hombre bordeó el coche sobrepasando a Marta.
-¿Qué pasa? –pregunté asustado al hombre

Lo tenía enfrente de mí. Marta me miraba sin entender nada. Al igual que Sergio, Gaspar, y el resto de personas que iban con el hombre que tenía enfrente mío. Me miraba insistentemente de arriba abajo.
-Como le toques eres hombre muerto, -amenazó Marta

Aquel hombre empezó a caminar nerviosamente, dando dos pasos hacia atrás y dos hacia adelante.
-Estas como una puta cabra, tío –le dije
-Como para no estarlo –contestó.
Marta se percató enseguida lo que podía estar pasando.
-Eh tú, -le gritó al hombre- ¿de qué lo conoces?
-¿De verdad? –me miró
-Contesta –le ordené- ¿Me conoces? ¿sabes quién soy?
-Jajaja –se reía como un loco- ¿Me estas vacilando no? Esto no puede ser.

Me enfurecí y le agarré de la camiseta. Le empujé hacia una pared. Marta vino detrás de mí.
-¿De qué le conoces? –volvió a preguntar Marta
-Porque es mi hermano mayor –me miraba aterrado