viernes, 28 de abril de 2017

Pequeña encuesta

Hola a todos.
En la versión Web, he dejado una pequeña encuesta sobre el número de episodios que os gustaría que tuviese la historia: Hasta que la muerte nos reúna.
Os agradecería cinco segunditos de vuestro tiempo para que voteis.

Un saludo.

martes, 25 de abril de 2017

Hasta que la muerte nos reúna. Capítulo 15

La alarma del móvil me despertó. Aún era de noche y tuve que encender las luces de la habitación. Miré confundido a mí alrededor. Estaba en mi antigua habitación de mi antigua casa. En la mesita de noche, tenía el mando del televisor. Lo puse enseguida. Cambiaba de canal nervioso. No entendía nada. Fui al baño y me lavé la cara. Todo tenía que haber sido un mal sueño. Miré por la ventana. Todo estaba en orden y no había muertos por ninguna parte. Me convencí a mí mismo de que todo fue una desagradable pesadilla. Como era costumbre, me vestí y preparé mi café soluble mientras escuchaba las noticias. Ni rastro de ningún virus ni muertos que se levantan con ansias de comerte. En el garaje aún estaba mi Ford Fiesta intacto. Retomé mis costumbres y fui a trabajar. Pasando por aquellas calles, me venían imágenes de mi pesadilla. De todas esas personas muertas por el suelo. Todo era normal. Hasta suspiré. Al llegar a la fábrica, Paco ya estaba tomando café. Nos saludamos y enseguida nos pusimos en la tarea. Me sentía extraño y no dejaba de pensar en todo aquello. En varias ocasiones, Paco me tuvo que llamar la atención cuando me quedaba pensativo.
-¿Te pasa algo? –preguntó
-No, no. –respondí
-Estás muy raro hoy. –dijo mientras limpiaba un destornillador- Hemos quedado después del curro para tomar unas cervezas, podrías venir.
-Claro, -dije sin pensar
-Pues no se hable más. –continuó con lo que estaba haciendo.
Al llegar la hora de irnos, me quedé de nuevo pensativo en el banco del vestuario. Paco me miraba, pero ya no se atrevía a preguntarme de nuevo. Me dio las indicaciones del sitio a dónde íbamos y me dijo que allí me esperaban. Me tomé mi tiempo en ducharme y en vestirme con la ropa de calle. Al salir, me asusté al ver pasar un coche de policía con los rotativos puestos. Miraba insistentemente hacia todos lados, y no sabía porqué. Fui hasta el bar y pude aparcar justo en la puerta. El lugar estaba casi repleto. En una mesa al lado de la ventana los vi. Cuando entré me saludaron todos efusivamente. Era la primera vez que me relacionaba con los compañeros y casi hasta me sentí cómodo. Enseguida que me senté, llegó una camarera. Mi corazón se detuvo en ese instante.
-Hola, ¿Qué te pongo? –preguntó con una gran sonrisa
-¿Silvia? –pregunté
-Veo que sabes leer, campeón. –se tocaba la chapita con su nombre
-Yo te conozco, -sabía quién era perfectamente, quizá la habría visto en algún otro momento y mi subconsciente me jugó una mala pasaba.
-Pues yo a ti no, corazón, -dijo impaciente- ¿Te pongo algo?
-Si, perdona, una cerveza. –dije
Me trajo la cerveza enseguida, aunque se me quedó mirando extrañamente. La tarde pasaba tranquilamente. Aunque yo casi no hablaba si no me preguntaban por algo en concreto. Yo seguía dándole vueltas a todo. Sobre todo a lo de Silvia, que mientras seguía atendiendo a otros clientes, cada vez que podía me miraba. Posiblemente, a causa de mi conversación con ella. Llegada la hora, pidieron algunas raciones y cenamos allí mismo. Tras la cuarta o quinta cerveza, no recuerdo bien, se acercó a mí.
-La verdad es que tu también me suenas, -dijo sentándose en la silla de al lado.
-Perdóname, lo mismo te he confundido con otra persona. –contesté
-¿Tú no eres de por aquí verdad? –preguntó interesada
-Bueno, trabajo por aquí. Aunque soy de Madrid. –seguí la conversación.
-Tengo que seguir atendiendo, pero si luego quieres…-casi hasta me intimidó
Los chicos al escuchar esto hicieron un grito como si su equipo de futbol hubiera marcado gol.
-Joder tío, -me dijo Paco- ha sido llegar un triunfar.
-Que dices…-dije sonrojado-
-Te ha tirado la caña descaradamente. –dijo Antonio, otro de los compañeros
-Ya ves, -continuó Javi- Esta noche triunfas.
El resto de la cena, fue seguido con los comentarios de todo tipo sobre Silvia y yo. No les di mayor importancia. De repente, alguien se apoyó en el cristal. Me asustó de veras, era uno de esos infectados que había visto en mi pesadilla. Rápidamente me levanté y grité.
-Ostias, -dijo Paco- Que susto tío.
-¿Lo habéis visto no? –cuando miré de nuevo a la ventana, ya no era un infectado. Era una persona normal que estaba buscando a alguien a través del cristal
-La verdad es que si no estás atento, te asustas –dijo sin importancia Javi
¿Me estaba volviendo loco? Me estaba doliendo la cabeza, y la cerveza no ayudaba. Eran casi las doce de la noche, y pagamos. Antes de irnos, Silvia se acercó a mí.
-¿Ya os vais? –preguntó con cara de pena
-Sí, es tarde. –contesté
-A mí me queda un rato, -me apuntó su teléfono en mi móvil.
Nos despedimos y volví al coche. Me quedé un buen rato mirando su número. Tenía muchas ganas de llamarla. Miré hacia el interior del bar, la veía como recogía sillas y mesas. Al final, me fui para casa. En un semáforo en rojo, vi pasar a varias personas que corrían por algo. Enseguida me alerté. No entendía muy bien porque. Ya que no vi nada. Continué por la calle hasta la salida del pueblo en dirección a mi casa. Me acomodé en mi sofá con una manta. Me puse la televisión y jugueteé un rato con el móvil. A cada rato miraba el teléfono grabado de Silvia. En ningún momento la llamé. Siendo las dos de la madrugada me acosté en la cama.
A la mañana siguiente, me levanté tarde. Mientras tomaba café, hice un inventario de lo que tenía. Apunté en un papel lo que tenía que comprar, y me fui al supermercado. Para mi sorpresa, el pueblo tenía más tráfico que de costumbre. Igualmente el supermercado. Había gente por todas partes. Tardé alrededor de dos horas en pagar. Mientras guardaba las bolsas en el coche, alguien me tocó por la espalda. Me giré bruscamente y llevé mi mano a la cintura. Allí me encontré con un mendigo, medio borracho.
-Hola compi, -me dijo con dificultad- ¿no tendrás alguna monedita?
Se tambaleaba hacia los lados. Miraba hacia todos los lados menos a mí. Me llevé la mano al bolsillo y encontré unas cuantas monedas de poco valor. Se las di y me dejó en paz.
-Gracias compi, -se las guardó en el bolsillo que aún conservaba de su mugroso abrigo.
De camino a casa se me encendió el piloto de la gasolina. Por lo que me tuve que acercar a la gasolinera. Al llegar, enseguida salió una trabajadora a atenderme.
-Buenos días, -dijo sonriente- ¿Cuánto?
-Lleno –dije mientras sacaba mi cartera- Pagaré con tarjeta.
-Perfecto.
Entré en la tienda y miré los artículos de las estanterías mientras esperaba. Llegué hasta un muestrario de navajas. Las observé detenidamente. Cuando entró la mujer, enseguida me cobró. Antes de irme, una furgoneta llegó pitándome. Me daba las luces para que me apartara. Cuando miré por el retrovisor, vi que era un hombre mayor y dos jóvenes. Algo en mí, me impidió que me quedase más tiempo allí. Pasé la tarde viendo películas tumbado en el sofá. De vez en cuando miraba las redes sociales sin hacerle mucho caso. Me estaba aburriendo considerablemente. Me armé de valor y la llamé. En un primer intento no descolgó. No quise insistir. Pero a los diez minutos me devolvió la llamada.
-Hola, -dijo a través del teléfono
-Hola, -dije yo- Soy…
-Si, ya se quien eres, -hubo un silencio.
-Es que como me diste tu numero… -dije vergonzoso
-Tambien lo se, lo grabé yo misma. –contestó
-No se como empezar esto, -dije sincero
-Pues muy fácil –se escuchaba ruido de fondo-, puedes empezar por decirme tu nombre. Tu ya sabes el mio.
Aquella conversación estaba poniéndome nervioso y empezaba a arrepentirme. Aun asi le seguí el juego y le contesté.
-¿ves que fácil? –prosiguió- ahora puedes decirme cual es el motivo de tu llamada.
-Bueno…-sabia que era una pregunta trampa-…me preguntaba si… quisieras quedar para tomar algo.
-Pues ahora lo tengo complicado, -contestó dejándome helado- quizá cuando esté menos ocupada te doy un toque.
-Ah, vale –contesté para no quedar mal.
-Ok, pues nada. Hablamos. –se despidió.
Después de colgar me dije a mi mismo que era un gilipollas por creer que una chica tan joven y guapa quisiera quedar asi como asi conmigo. Tiré el móvil contra el sillón y continué viendo la película. Siendo las nueve de la noche decidi que era hora de cenar. Me preparé una pizza en el horno. Cené en la cocina. Estando allí sentado, escuché voces en la calle. Eran dos chicos que se estaban peleando. Bajé la persiana para no escucharlos ni verlos. No estaba de humor después del varapalo con Silvia. Poco antes de terminar la cena, recibí un mensaje de ella. “No te enfades, estaba trabajando y no ha sido un buen dia. Mi turno ha terminado, si te apetece y quieres, podemos quedar en la puerta del bar a las once y media. Un beso” Al leer esto me quedé sorprendido. Por una parte no me apetecia coger el coche, pero era una oportunidad única. Aun quedaban menos de dos horas, asi que me duché y me vestí para la ocasión.
Cuando llegué a la puerta del bar, aun no era la hora. Permanecí un rato en el coche indeciso. Pero no tenia escapatoria, tocó en mi cristal.
-Hola, -dijo cuando bajé la ventanilla- te he visto aparcar.
-Hola. –apague el motor y salí a darle dos besos
-Veo que me has perdonado por lo de antes. –dijo tímidamente
-No tenia que perdonar nada. –y era verdad
-Bueno, ¿Dónde te apetece llevarme a cenar? –me dejó roto, pues yo ya habia cenado y hambre no tenia.
-Pues no lo se, -dije- no conozco la zona, vengo de aquí al lado.
-Ya decía yo que no te habia visto por aquí antes. –me dijo- vale, pues conozco un sitio, no es muy formal, pero para una primera cita no te dejaras el sueldo.
Casi hasta me salio una carcajada. Me llevó a un restaurante ceca de allí. Me quedé asombrado de todo lo que comia. Mientras hablábamos, sentía que conocía todos los detalles de su vida. Era extraño. Algunas cosas incluso me las sabia al pie de la letra. Después de cenar, nos fuimos a un pub a tomar unas copas. Estubimos bailando y tomando copas casi hasta las cuatro de la mañana. A decir verdad, nos lo pasamos genial. Mientras pedíamos la ultima copa, me dijo algo al oído. “Estoy muy borracha y me apetece echar un polvo” Me quedé petrificado. En mi vida me habia pasado algo parecido. No obstante, yo tambien estaba algo bebido, y no desaproveché la ocasión. Salimos del pub y sin mediar palabra, me llevó hasta su casa. Ya en el ascensor nos pusimos a tono. Mientras buscaba las llaves en su bolso, yo le besaba en el cuello haciéndole cosquillas. Al entrar en su casa, muy bonita por cierto, con una decoración de las de ahora. Muy colorido y moderno. Llegamos hasta su dormitorio. En vez de puerta, tenia puesto una cortina de bolitas de todos los colores. El olor de la habitación era embriagador. Una mezcla entre rosas, fresas y el alcohol que llevábamos encima. Hicimos el amor salvajemente hasta quedar extasiados. Una vez nos relajamos, en todos los sentidos, me levanté hacia el baño. Me lavé un poco la cara. Me venían ráfagas de imágenes de los infectados que solo pululaban por mi mente. Miré hacia la cama, estaba plácidamente dormida. De pronto la luz se iba y volvia. Los fluorescentes del baño tardaban mas en encenderse que cualquier otra bombilla de la casa. El reloj despertador sonaba con un pitido agudo cada vez que se encendia. Cuando por fin, dejó de llegar las subidas de luz, me dirigí a la cama. Ella ya no estaba. Esuché un ruido detrás mio, al darme la vuelta la vi. Tenia los ojos perdidos y la piel blanca. Se me erizó todo el bello del cuerpo. Emitio un gemido y lanzaba dentelladas. Una de ellas me alcanzó en la cara.
-Despierta, -decia una voz grave- despierta ya joder
Cuando me desperté sobresaltado, miré a Dani. No entendia que hacia allí.
-¿Dani? –pregunté sudando- Mierda, ¿Dónde estoy?
-Hermanito, -me dio una bofetada- tranquilízate joder, vas a despertar a todo el mundo.
-¿Quiénes?  ¿A quienes voy a depertar? –estaba desorientado y aun atontado
-Coño, pues a todos estos ricachones de mierda. –me contestó mirándome perplejo
Entonces me di cuenta.
-¿Cómo coño has entrado? –pregunté al volver a la realidad.
-Eso da igual, -dijo riéndose- Los chicos ya estan listos. En media hora empieza la fiesta.

martes, 18 de abril de 2017

AUDIOLIBRO. Hasta que la muerte nos reúna. Capitulo 2



Aquí tenemos el segundo capitulo, narrado con la atrayente voz de Plissken Mysterios. Ya sabéis, suscribiros a sus podcast Mision de audaces y Aqui huele a muerto. Podeis seguirle en Twitter como @misiondeaudaces

Venga, a disfrutarlo, tanto como lo estoy haciendolo yo.



sábado, 15 de abril de 2017

Hasta que la muerte nos reúna. Capítulo 14

Me desperté mucho antes que de costumbre. La tormenta con la que amanecí no auguraba buen día. Aun así me duché y me vestí como siempre. Fui hasta el salón principal a desayunar. En la entrada me crucé con Vidal. Entramos y nos sentamos juntos. Me preguntó por la salida de ayer, y porque llegué tan tarde. Al dejarle parte del botín a Ernesto, tuve que volver deprisa al remolque y llenar el furgón de nuevo. Menos mal que solo me llevó quince minutos. Pero el trayecto era lo que me retrasaba. Le expliqué que hice varios reconocimientos a diferentes lugares para anotarlos en el mapa de incursiones. Ya que me parecía que no hacía nada dentro del muro sin hacer nada y con Silvia encerrada. Eso me recordó que tenía que prepararle el desayuno para llevárselo en mi hora de visita.
El carcelero me dejó entrar con cara de pocos amigos. No me importó. Era un tipo que no me caía bien por el simple hecho de tener que vigilar esa puerta. Me imaginé en varias situaciones matandolo una vez llegado el momento.
-Buenos días Silvia,  -saludé dándole un beso- ¿Qué tal has dormido?
-Pues como siempre. Una mierda. –se quejó.
Nuestras conversaciones siempre eran en presencia del carcelero, del cual ni siquiera me preocupé en averiguar su nombre. Solo le contaba cómo eran nuestras incursiones y poco más. Me sentaba a su lado, con ella apoyando su cabeza en mi pecho. A la hora de despedirnos, siempre nos metía prisa el carcelero que miraba insistentemente su reloj. Justo antes de levantarme, disimuladamente puse una nota a Silvia debajo de su almohada. Ella se dio cuenta. Por lo que se esperaría a que nos fuéramos. “Tengo un plan para sacarte de aquí, ten paciencia. Alguien de fuera me está ayudando. Un beso”
Vidal ya me estaba esperando en el furgón. La lluvia caía con fuerza y los truenos sonaban ensordecedores. Me preguntó si estaba seguro de querer salir. Afirmé con la cabeza y puse el motor en marcha. Solo iba a ser una salida de reconocimiento. Entre otras cosas, para ver cómo estaba la zona donde presumiblemente estaría María. Evidentemente, Vidal desconocía estos planes. Nos pusimos en marcha, e íbamos apuntando que zonas podríamos visitar cuando pasase la tormenta. Para nuestra sorpresa, pasamos por varios pueblos sin encontrarnos ningún infectado vagando. Pedí que tomase nota de una ferretería que parecía intacta, al menos desde el vehículo. La lluvia caía con más intensidad que cuando salimos de la comunidad. Al salir de ese pueblo, tuvimos que pararnos en un mirador. Los limpiaparabrisas no daban abasto y suponía un peligro. Aprovechamos para almorzar algo mientras esperábamos que aflojara un poco.
-¿Cómo llevas lo de Silvia? –preguntó para romper el hielo- La otra mañana, escuché a Gregorio hablando con Marcos. No las tiene todas consigo. –trató de animarme
-Ese chaval me va a buscar la ruina –contesté
-Quizá el escarmiento que le diste surtiera efecto. –noté algo en sus palabras- Si te soy sincero, espero que se solucione esto ya. A mí tampoco me gusta esta situación y espero que no vaya a más.
-¿A qué te refieres? –pregunté intrigado
-Ambos sabemos que tu cabecita no para. –parecía como si supiera algo- No creo que intentes nada, pero en cualquier momento parece que fueras a estallar.
-Solo trato de conseguir lo mejor, sin peligros. –dije para que no sospechara- Lo del hospital tendríamos que haberlo planeado con tiempo.
-¿Escuchas eso? –preguntó alertándome
Al principio no escuchaba nada, pero segundos después escuché el ruido de un motor. Miramos hacia la carretera, y aparecieron dos coches. Por un momento pensé que fuera Dani. Aquellos coches no solo no se pararon, si no que aceleraron la marcha. Parecía que huyeran de algo. Me dio tiempo a ver si conocía alguno de los integrantes del primer vehículo. Pude distinguir la silueta de una mujer con gafas y coleta. En el último momento giró su cabeza hacia nosotros, pero enseguida miró de nuevo hacia delante. Desaparecieron en la siguiente curva. Era evidente que no éramos los únicos seres vivos del planeta, pero hacía tiempo que no veíamos a ninguno. Al menos Vidal.
-Creo que deberíamos volver… -propuso Vidal
-Si, tienes razón –contesté
Arranqué y di la vuelta. Avanzamos unos pocos metros cuando una densa niebla nos engulló. Disminuí la velocidad, pero no fue suficiente. Un infectado se interpuso por medio y lo atropellé. Nos dimos un buen susto. Dejó todo el parabrisas lleno de sangre y suciedad. Nos bajamos para limpiarlo. Vidal se puso a limpiarlo por su lado mientras yo lo hacía por el mío. Entonces lo escuchamos. Esos gemidos nos eran familiares. No se veía absolutamente nada.
-Son infectados, -advirtió Vidal
-Rápido, limpiemos todo lo que podamos… -no me dio tiempo a terminar la frase.
Escuché a mi espalda, y a pocos centímetros, a uno de ellos. Se lanzó hacia mí. Logré quitármelo de encima por muy poco. Pero escuché más gemidos. Hubo un claro en la niebla y los vi. Eran muchos y venían de todas direcciones. Maté a varios, y Vidal hizo lo mismo cuando sonó los disparos de su arma. Me subí al furgón tras matar a dos de ellos. Enseguida entró Vidal. Di marcha atrás, atropellando a varios. Eran tantos que el furgón se paró en seco. Traté de ir hacia delante, pero no respondía. Por más que aceleraba, no se movía. Empezaron a golpear las paredes del furgón. Nos metimos en la parte trasera del furgón. Tratando de que no nos vieran por los cristales. Parecía que de un momento a otro volcarían el vehículo. Fueron los minutos más largos de mi vida. El cristal de la puerta derecha se rompió. Trataban de entrar. No lo conseguían, se entorpecían entre ellos. Los golpes eran incesantes y furiosos. Los dos estábamos muertos de miedo.
-Solo nos queda una opción, -le miré decidido.
-Pues ejecutémosla. –dijo con su arma preparada.
Me puse al lado de la puerta trasera. Cuando la abriese, tenía que disparar a tantos como pudiera. Después tendríamos que salir corriendo, luchando o como fuese. Justo antes de abrir, el furgón empezó a moverse hacia un lado. Eran tantos haciendo fuerza, que estaban a punto de volcarnos. Intentamos, sin éxito, hacer contrapeso. El furgón volcó hacia el lado derecho. Nos golpeamos fuertemente al caer. Por la ventanilla que antes rompieron, empezaron a entrar.
-¡Vidal! ¡A la cabeza! –le ordené
Los que no conseguía matar, lo hacía yo con el puñal. Cada vez había más cuerpos entre nosotros. Aún seguían entrando. Cada disparo que hacía Vidal, nos retumbaba en los oídos. Hubo un momento que solo escuchaba un pitido insoportable. La única ventaja es que no escuchaba los gemidos de esas criaturas. Estaba extasiado. Tenía que alternar los brazos para no agarrotarme. Los cuerpos se amontonaban, eso era bueno. A ellos también les costaba llegar hasta nosotros. Y cuando lo hacían quedaban atrapados, posibilitándonos el matarles más fácil. Hasta que de repente, las puertas traseras se abrieron. Posiblemente por tanto peso las bisagras cedieron. Vimos el exterior. Seguía habiendo mucha niebla. Los primeros en intentar entrar, los abatimos. Vidal salió y empezó a disparar sin descanso. Cuando pude salir, no le encontré.
-¡Vidal! –grité- ¡¿Dónde estás?!
Mientras corría clavaba el puñal a diestro y siniestro. Mataba igual que gritaba. Gritaba de furia y desesperación.
-¡Vidal! –volví a gritar al escuchar disparos lejanos- ¡Hijo de puta, no me abandones!
Los disparos eran cada vez más lejanos. Estaba huyendo dejándome tirado. Miré hacia atrás. Había tantos que no pude contarlos. Me adentré en el bosque, sin saberlo. La niebla me desorientaba. Corría a través aquellos árboles, chocándome de vez en cuando con uno de ellos. Podía notar como me seguían. Estaba agotado. Se me cayó el puñal, y tuve que retroceder para recuperarlo. Los pude ver de nuevo. Estaban a pocos metros de mí. No sé para qué dirección fui, solo quería alejarme de ellos. Eventualmente, me cruzaba con uno de ellos. Lo evitaba y en el peor de los casos, le mataba definitivamente. Me faltaba el aliento. Estaba sudando y el frio penetraba en mis huesos. Podía ver el vaho al respirar. Me apoyé en un árbol para recuperar el aliento. Escuché otro disparo más. Estaba muy lejos ya.
-Como salga de esta te mato, lo prometo –maldije
Se acercaban de nuevo. Crucé un riachuelo de poca profundidad y subí una colina. Eso los detendría un poco. Avancé hasta una cabaña que descubrí mas adelante. Sin pensármelo entré. Al cerrar la puerta, noté calor. Me extrañó. Me di la vuelta y vi a una persona. Me golpeó con algo y perdí el conocimiento. Cuando recobré el conocimiento, estaba tumbado en el suelo. Aun lo veía todo borroso. Pero intuí una figura femenina.
-¿Silvia? –pregunté aun dolorido
-¿Por qué llevas una foto mía en el bolsillo? –preguntó una voz que no reconocía.
-¿Quién eres? –estaba confundido
-Te lo preguntaré de nuevo, -insistió- ¿Por qué llevas una foto mía en el bolsillo?
La miré fijamente a la cara. No la reconocía.
-Estoy buscando a una chica, -seguí observándola- aunque creo que la he encontrado.
-¿buscándome? –preguntó sorprendida- No te conozco.
-¿Eres Maria? –quería cerciorarme, ya que en la foto salía diferente.
No quería contestarme.
-Si eres Maria, he de decirte que tu padre está muy preocupado. –le dije
-¿Mi padre? –se sorprendió
-Ernesto, -dije su nombre- nos conocimos el otro día.
Se separó aún más de mí. Corrió las cortinas y se puso al lado del fuego.
-Saliste a por suministros, pero no volviste. ¿Cierto? –quería que confiara en mi
-Me rodearon. –relataba asustada- Conseguí despistarlos pero me perdí. Encontré esta mañana la cabaña.
-Puedes confiar en mí, de verdad, -dije mientras me incorporaba- cuando volvamos con tu padre te lo podrá decir. Les dejé parte de mi botín.
Miré por las ventanas por si se acercaban, pero no vi ninguno. Respiré tranquilo. Necesitaba descansar y me acerqué al fuego. Me miraba desconfiada. No le di mayor importancia. Era completamente normal. Un desconocido llevaba una foto de ella. Ahora tenía que pensar en cómo volver a la comunidad, pero no podía llevarla conmigo. Era pronto aún, quedaban bastantes horas de luz. Debíamos encontrar un transporte para llegar al hotel de Ernesto.
-¿Conoces algo la zona? –pregunté
-Un poco. –respondió
-Tenemos que irnos. –le dije levantándome- Buscaremos un coche y te llevaré con tu padre. Entre los dos será más fácil.
Me miró con desesperación. Noté que le daba miedo salir. La convencí y nos pusimos en marcha. La niebla había desaparecido casi por completo. Caminamos por un camino varios kilómetros. Llegamos hasta un pueblo que ya había estado antes. Maria me dijo que venía de ese pueblo cuando escapaba de los infectados. Por suerte no nos encontramos a ninguno. El primer coche que vimos, tenía un cadáver en el asiento. Le toque varias veces por si era uno de ellos. Al no moverse, lo saqué y comprobé que tenía las llaves. Tardó en arrancar, pero lo hizo. Puse mi cabeza en orden para acordarme por donde se iba. Pues no quería volver a pasar por la zona donde abandonamos el furgón. Aun podían estar muchos y era peligroso.
-Si vas por ahí –me señaló una dirección- llegaremos antes.
No puse objeción. Supuestamente, ella conocía mejor la zona. Yo tenía que estar mirando el mapa en cada salida para no perdernos. Conduje por donde ella me iba indicando. Tras pasar por tres pueblos, me indicó que tomara un camino. Este ya me era familiar. Ya podíamos ver el edificio. Ernesto salió al escucharnos.
-Maria, -dijo con la voz entrecortada- estás bien.
-Si papá, -se abrazó
Yo esperé junto al coche. No quería romper ese momento. Además me vino el recuerdo de Silvia. Quería volver cuanto antes, y solucionar el tema de Vidal.
-Muchas gracias, -me dijo llorando- de verdad, muchísimas gracias.
-Te dije que la encontraría. De casualidad, pero lo hice. –quité importancia- No os robo más tiempo. Debo volver y solucionar un problemilla.
-¿Puedo hacer algo por ti? –preguntó Ernesto orgulloso
-Quizá, pero no ahora. –me despedí
Al llegar a la verja, el vigía no dio la orden de abrir hasta que no me vio bajar del coche. No le di mayor importancia, pues no lo conocía. Cuando entré, la gente me miraba sorprendida. Era evidente que Vidal había llegado vivo y daría las malas noticias. Me dirigí directamente hasta el despacho de Gregorio. Allí estaban los dos. Vidal al verme, puso cara de sorpresa. No le di tiempo a reaccionar. Le di dos puñetazos antes de que cayera al suelo. Aun así, le di otro más cuando me agaché.
-Me dejaste solo maldito cabrón –hice el gesto de darle otro.
-Joder tenía miedo, solo pensaba en salir de ahí. –se excusó
-Estoy hasta los cojones de todos vosotros, -me giré hacia Gregorio que me miraba con los ojos abiertos.
-Tranquilízate, -dijo defensivamente- Te entiendo, y me alegro de que sigas con vida, pero pagarlo con Vidal no ayudará.
-¿Ayudar?  ¿Ayudar a qué? –pregunté furioso.
-Fue una imprudencia por tu parte salir con este temporal. Quizá… -no deje terminar la frase.
Le cogí de la camisa y le empotré contra la pared. Le noté el miedo en los ojos.
-Te lo voy a dejar muy claro, -le amenacé- Tienes hasta mañana por la noche para soltar a Silvia.
-Y ¿Si no? ¿Qué? –me retó
-Mejor que no lo sepas, -le solté.
Me fui del despacho directamente hacia el carcelero en la planta más abajo. Al llegar le pedí por favor que abriera. Este se negó. No dejé que lo pensara de nuevo. Golpeé con mi cabeza la suya. Nunca lo había hecho y creo que si no es necesario, nunca más lo volveré hacer. Después le quite su arma. Apuntándole con ella, le pedí nuevamente que abriera.
-No seas gilipollas, y abre. Quiero verla. –dije firmemente
Hizo lo que le pedí. Bajamos hasta su celda y la abrió. Silvia me miró sorprendida.
-¿Qué pasa? –preguntó
-He tenido un mal día y necesitaba verte. –contesté sincero
Al rato bajaron Vidal y Gregorio. Pensaron que me la había llevado. Pero quería hacer las cosas bien.
-Te he dicho que tenías hasta mañana. –dije- Soy un hombre de palabra. Quiero hacer las cosas bien.
-Pues así no las estás haciendo muy bien que digamos. -me contestó desafiante.
-No pensaba llevármela ahora, si eso te preocupa. –dije- Dame dos minutos a solas con ella.
Gregorio y Vidal se miraron. Se dieron el visto bueno y nos dejaron solos.
-Toma, -dije sacando su puñal- guárdalo bien. Se lo he quitado mientras discutíamos.
-Pero que está pasando, no entiendo nada. –me dijo asustada.
-Mañana es el gran día. –confesé.

jueves, 13 de abril de 2017

Audiolibro Capitulo 1 (Hasta que la muerte nos reúna)



Hola a todos los lectores. En esta ocasión os traigo una sorpresa en forma de audio. Sorpresa que me ha llegado hasta mi. Pues mi gran amigo y podcaster que sigo desde hace un tiempo, Plissken Mysterios, ha narrado el primer capitulo de la esta historia que estoy subiendo al blog.
Plissken, es el conductor de varios podcast, tales como Misión de Audaces o Aquí huele a muerto. Si sois amantes de Juego de Tronos, The Walking dead o el buen cine, recomiendo escuchar sus podcast.

Sin más, espero que disfrutéis del audio.

Podeis seguirle en Twitter como @misiondeaudaces


lunes, 10 de abril de 2017

Micro relato 2 (Hasta que la muerte nos reúna)

Desde dentro de la celda podía escuchar cierto revuelo en la zona común. Santiago no solía relacionarse a menudo con el resto de presos. Tan solo cuando coincidían en el comedor o las duchas. Cuando ingresó tenía veinticinco años. Aquella trifulca en la entrada de la discoteca, se saldó con dos homicidios por su parte. Dos de los chicos acabaron muertos de una paliza. Su complexión atlética le jugó una mala pasada. Para cuando se dio cuenta, los cuerpos yacían ya sin vida en la acera. Admitió todo ante el juez, que le condenó a cinco años por cada uno.
Habían pasado tan solo tres, pero su sensación era de mucho mas. En todo este tiempo, su comportamiento era casi ejemplar. Digo casi, pues al poco de entrar tuvo que defenderse de algunos presos. Comparte celda con Germán. Le pillaron en el aeropuerto tratando de pasar varios kilos de cocaína. Con casi sesenta años, lleva quince encerrado allí.
El revuelo que antes se escuchaba en el patio, ahora lo había en la sala de televisión. Parecía importante, pues los carceleros enseguida hicieron sonar la alarma para entrar en las celdas. Algo inusual, pues eran las once y diez de la mañana. Germán llegó enseguida. Con cara de incredulidad. Una vez todos los presos estaban en sus celdas, las puertas automáticas se cerraron.
Germán trató de explicarle, mientras orinaba, que la ciudad estaba en cuarentena. Cierto virus estaba haciendo estragos en la población, y los hospitales estaban colapsados.
Pasaban las horas, y Santi continuaba con su libro como si no pasase nada. Sin embargo, su compañero, se mostraba mas nervioso que de costumbre.
Pasada la media noche, varios helicópteros y algun avión militar sobrevoló los aledaños de la penitenciaría. Santi se despertó ante la atenta mirada de Germán. Se encontraba sentado en su catre con cara de espanto.
Afuera, algunos de los presos gritaban para que les dejasen salir. Algunos pedían auxilio. Tanto para ellos como para sus compañeros. Ninguno de los carceleros les hizo caso y continuaron su guardia como si nada. Santiago, trató de que se tranquilizara su compañero. Finalmente lo consiguió cerca de las cuatro de la madrugada. Entonces fue cuando él, también, consiguió dormirse.
La puerta se abrió y antes de que pudiera acercarse, dejaron o mas bien tiraron dos bandejas de comida. Cerraron enseguida. Germán se despertó a duras penas y preguntó la hora.
- Es casi la una y media. -contestó Santiago.

Sin mediar palabra, el anciano preso recolocó como pudo parte de su comida vertida, de nuevo en la bandeja y se sentó en su cama. Daba bocados pequeños, pero excesivamente consecutivos a una salchicha ya fria. La actitud del carcelero, mosqueó a Santiago que miraba insistentemente por el ojo de buey de la celda. Ya no conseguía ver a ningún guardia ni a otros presos.

martes, 4 de abril de 2017

Hasta que la muerte nos reúna. Capítulo 13

La asamblea estaba siendo de lo más aburrido. Estaba cansado de escuchar siempre lo mismo. Aunque el incidente que tuve con Marcos, hizo que toda la atención se centrara en mí. Gregorio me miraba constantemente, esperando que cometiera el error de intervenir. Le devolví la mirada en todo momento. Estuve más tiempo pensando en mi plan para sacar a Silvia, que lo que estaban discutiendo. Al finalizar, seguía todo igual. Excepto que ahora me querían encerrar a mí también. Gregorio tuvo que convencerles de que eso no era posible. Argumentando que si ellos vivían así, era en parte, gracias a mí. Además, quedaron algo convencidos, pues ya me castigó sin poder ver a Silvia. Igualmente, la actitud hacia a mi seguía siendo despectiva. Poco me importaba ya. No tenía la intención de caerles en gracia y mucho menos después de que mi plan se llevase a cabo. Una vez que todo el mundo salio de la sala, nos quedamos Gregorio y yo a solas.
- Te agradezco que no intevinieras, -me dijo recogiendo una sillas
- ¿Qué va a pasar con Silvia? –pregunté- No puede estar encerrada indefinidamente.
- Tu acto con Marcos lo esta complicando aun mas –contestó
- Sueltala, y nos iremos. –propuse- Vidal se las sabe arreglar perfectamente ahí fuera. Solo tendría que adiestrar a cualquiera para que le acompañe.
- Sabes que no puedo hacer eso. –dijo firme- Me gusta tan poco esta situación tanto como a ti, pero ya te dije lo que pasaría si…
Otro motivo mas para llevar a cabo mi plan.
- No tienes que seguir amenazándome con eso –le adverti
- Pues no sigas insistiendo. –replicó
Me lavanté y pasé mis manos por la cara en señal de agotamiento.
- Tomate el dia libre. –propuso- Con lo último que trajisteis podemos aguantar semanas.
- Si no te importa, prefiero salir –tenía que buscar una excusa para reunirme con mi hermano- Aquel camión estaba repleto. No deberíamos desperdiciarlo, cualquiera podría llevárselo.
- Es tu decisión –dijo antes de salir de la sala.
Me quedé solo pensativo. En cierto modo no tenia ganas de salir, pero era neceario conocer como iban los avances logísticos del plan. Busqué a Vidal para informale de que también salíamos. Estaba en la cocina, como siempre, hablando con una de las mujeres.
- Gregorio me dio el dia libre, -me dijo poniendo cara de circunstancia- ¿te importaría ir solo?
En ese momento, interiormente, agradecí esas palabras.
- Bueno…-mentí-… solo pensaba ir hasta el camión. No creo que tenga muchos problemas.
- No seas tonto y si lo ves complicado vuelve. –me aconsejó
Chocamos las palmas y me dirgí hasta el furgón. Conduje hasta la zona del camión. Me crucé con varios infectados que vagaban por aquellos bosques, pero no suponían un peligro inminente. No tardé en llegar. Hice un reconocimiento rápido del lugar, y me aseguré de que no había peligro. Mientras esperaba, debía llenar el furgón. Todo parecía estar igual que lo dejamos. Escuché como se acercaba un vehiculo. Me alerté por si no eran ellos. Venían por el lado contrario al camion. Respiré tranquilo al ver a Dani.
- ¿Qué pasa hermanito? –saludó como hacia habitualemnte.
- No tenemos mucho tiempo. –dije- He conseguido salir solo.
- OK, -contestó Marcelo que bajaba del coche.
Me acerqué al capó de su coche. Habían sacado un mapa de la zona.
- ¿Y bien? –pregunté
- Está siendo complicado reunir tantos como pides, pero creo que pronto los tendremos. –comentó Dani
- ¿Cuántos camiones al final? –seguía preguntando
- Hemos conseguido dos. –contestó Marcelo
Me fijé en Marcelo por unos segundos. Hacía bastante tiempo que no le veía, su aspecto había desmejorado considerablemente. Se había rapado la cabeza, pero las patillas se las había dejado crecer. Estaba mucho más delgado y los ojos casi siempre los tenía enrojecidos.
- ¿Cómo está tu hermana? –me interesé
- ¿Caterina? –preguntó como si no me acordase de su nombre.
- Claro, -elevé los hombros- ¿Tienes alguna más?
- Jajaja. –se rió ante la obviedad.- ha crecido bastante desde que la viste por ultima vez.
- Me alegro de que lo lograrais, de verdad. –nos dimos un abrazo.
- Bien, -continué con el plan- Esta zona de aquí, es por donde empieza el camino hasta la comunidad. Vosotros, deberíais llegar por esta carretera –señalé un punto en el mapa- De esa forma, podremos sorprenderlos.
- De alguna manera tenemos que comunicarnos, -dijo Dani- No podemos, o no deberíamos ejecutarlo sin que tu sepas cuando.
- Efectivamente, -contesté- Lo tengo pensado.
- Tu dirás… -estaban esperando
- A las ocho de la mañana es cuando me despierto. A las ocho y cuarto me voy al salón para desayunar con el resto. Como tienen encerrada a Silvia, me encargo yo de llevarle el desayuno. Lo preparo todo para las nueve estar bajando a su celda. En ese momento, suele empezar a salir todo el mundo del salón principal que queda a unos cincuenta metros de la puerta principal.
- ¿Qué hay de tu compañero? –preguntó Dani
- La hora a la que salimos siempre es a las diez en punto. –puntualicé- Durante el tiempo que yo estoy con Silvia, que es una hora, se va a hablar con una cocinera. Imagino que intentando ligar. –me reí- Para cuando se de cuenta, ya habremos salido.
- Vale, -me interrumpió de nuevo- ¿entonces a que hora lo hacemos?
- Me tendréis que dar unos minutos después de las nueve para ocuparme del carcelero. Cuando halláis entrado, agradeceré que alguno de vosotros me cubra la salida. –les pedí
- Yo mismo –se ofreció Dani
- Estupendo –le agradecí- Es muy fácil, la entrada del edificio principal la verás enseguida, cuando entres, unos metros a tu derecha deberías ver una puerta abierta. Bajando las escaleras estaríamos nosotros. Si tengo problemas con el carcelero, al venir tu por detrás le sorprenderías. Pero solo es por si acaso.
- No te preocupes hermanito. –me pasó el brazo por la espalda.
Ultimamos algunos detalles más, y me ayudaron a cargar el furgón. El resto se lo dejé a ellos. Aún así, quedaron cinco o seis palets mas dentro del remolque. Nos despedimos y cada uno nos fuimos por diferentes direcciones. No tenía intenciones de volver tan pronto. Saqué el mapa y estudié los diferentes sitios a los que habíamos ido ya. Entre dos pueblos ya investigados, vi lo que podía ser un hotel rustico. Pensé que seria buena idea averiguar que podia sacar de allí. La comunicación entre las carreteras era algo complicada. Se mezclaban las asfaltadas con caminos. Antes de llegar, a unos dos kilómetros, me detuve. Saqué los prismáticos para observar mejor el terreno desde lejos. El lugar consistía en un edificio de una única planta. De construcción antigua de piedras, pero muy bien conervado. Una gran extensión de verde alrededor y un riachuelo por detrás del edificio. Un poco más alejado, una cuadra. Al no ver movimiento, me acerqué. Bajé del furgón y caminé hasta la puerta principal. Estaba cerrada. Fui mirando por las ventanas. Estaba todo colocado y el orden. Sin señales de saqueos. Di la vuelta al edificio. Por la parte trasera había una piscina cubierta y una zona infantil. Esta parte estaba algo mas descuidada. Había varias puertas que daban paso al edificio. Me asomé por otra de las ventanas. Justo antes de retirarme noté movimiento en el interior. Pero no me dio tiempo a verlo bien. Acerqué mis manos al cristal para que hicieran de pantalla.
- Como muevas un solo musculo te reviento el cráneo. –dijo una voz tras de mi.
Me quedé quieto mas por el susto que por la amenaza. A través del reflejo, pude ver a un hombre fornido, con chaleco de cazador y camisa verde oscura. Llevaba una gorra y me estaba apuntando con una escopeta de caza. De tan solo dos cartuchos.
- Vete dándote la vuelta muy despacio –ordenó
Levanté los brazos y me comencé a dar la vuelta.
- Señor, -me dirigí a él- tranquilícese. No tengo intención de hacer nada. ¿me entiende?
- Callate, -ordenó- Camina hacia tu izquierda.
Hice lo que pedia. No tenía intención de cabrearle, mucho menos apuntándome con ese arma.
- Gira a la izquierda. –seguía ordenando
Estabamos ya en la parte delantera del edificio.
- Subete a tu furgón y lárgate por donde has venido –dijo mientras me empujaba hacia el vehiculo.
Estaba a punto de subirme, cuando una niña de unos seis años apareció.
- Papa, -dijo la niña que sorprendió al padre- tengo hambre, ¿Cuándo comemos?
- Isabel, pasa para dentro ya –le dijo a la niña
- Pero tengo hambre papa, -insistía la niña
- Tenemos que esperar a que vuelva tu hermana, pasa para dentro ya. –no dejaba de apuntarme con el arma.
- Pero papá… -empezó a llorar.
- Cariño, -seguia apuntándome- Hasta que no vuelva María, no sabemos si comeremos algo. ¿lo entiendes?
Me quedé impactado. Aquel hombre estaba en una situación extrema. No tenían alimentos y habia mandado a su otra hija a saquear. Dedicí intervenir.
- Señor escúcheme, -dije con las manos en alto- por favor
- Te he dicho que te vallas. –contestó
- Por favor… -supliqué- …escúcheme. Se que lo esta pasando mal. No hay que ser muy listo. Como le he dicho antes, no pretendo hacerles ningún daño. Al contrario. Si me deja…
- Joder, ¿es que no me has oído? –se puso en posición para dispararme.
Sin embargo al ver la cara de la niña no me dejé doblegar.
- Dispareme si quiere. Eso no va ayudarle. –le dije muy serio- pero piense en su hija. Mirela, joder, ¿no le da lastima?
- Claro que si, -contestó- por eso no puedo permitir que extraños se acerquen
- Te entiendo. Pero déjeme demostrarle que soy de fiar. –le señalé la parte trasera del furgón- Abrá las puertas. Coja las cajas que necesite. Es comida.
Aquel hombre cambió su cara. Se notaba la desesperación en sus ojos. Sin dejar de apuntarme, rodeo el furgón hasta la puerta. Lo abrió.
- ¿De verdad puedo coger lo que quiera? –preguntó
- Siempre que me dejes algo, si. –contesté sincero.
Una vez se calmó y comprobó que podia llevarse la comida, se disculpó conmigo. Me invitó a pasar a su casa. Me explicó que antes era un hotel rural que abrió con su mujer. Poco tiempo después ella murió. Cayó en una depresión, y cerró al publico. Tanto su hija menor Isabel, como su hija mayor Maria, vivían con él. Despues de que se desatase la locura del virus, se encerraron allí con los suministros que previamente les mandaron los proveedores. Pudieron subsistir unas semanas hasta que se les acabó. Cada poco su hija mayor salía a pueblos cercanos para recoger de las casas lo que pudiera. A parte de lo que el pudiera cazar. Pero siempre se quedaban cortos. Mientras me lo contaba, me estremecia. Empezaba a ser tarde y su hija mayor no aparecía.