lunes, 27 de marzo de 2017

Hasta que la muerte nos reúna. Capítulo 12

Tras varias asambleas sin sacar nada en claro, seguían manteniendo a Silvia como culpable. Solo me permitían verla una hora al día. Estaba frustrado. Aunque ella se esforzaba en mantener la entereza, sabía que no era así. Cuando me recuperé de las heridas, creí que era hora de volver a salir. Aunque todavía teníamos todo lo necesario, era mejor apoderarnos de todo lo que pudiéramos antes de que otros nos lo quitasen. Mientras preparaba un furgón, llenándolo de gasoil con un embudo y una garrafa. Me fijé en un grupo de chavales que estaban sentados en el jardín. Uno de ellos era Marcos. Al verme se acercaron.
- ¡eh tú! –dijo Marcos- tengo un encargo para ti.
- Vidal es quien tiene la lista, díselo a él. –le dije sin importancia.
- Prefiero decírtelo a ti –dijo entre risas
- A ver, -dejé la garrafa- dime
- Si pasáis por algún quiosco, necesitamos que nos traigáis unas revistitas subidas de tono. –se empezó a reír a carcajadas
- Eso no es prioritario. –contesté
- Venga tío, no me jodas. –le noté vacilón- Aquí todo el día es una aburrimiento y algunos tenemos necesidades, ya me entiendes. –hizo movimientos con la mano simulando masturbarse.- Además, las chicas de aquí son muy secas… sobre todo la tuya.
Eso terminó por colmar mi paciencia. Miré hacia la verja, me percaté que se acercaba una infectada. Era una mujer mayor y parte de su ropa había desaparecido. Se dejaba ver sus pechos caídos y mugrientos. Solté de nuevo la garrafa. Me acerqué a Marcos y con un movimiento brusco le agarré por la parte trasera de la cabeza. Le empujé con violencia hasta la verja. Le empotré la cabeza entre los barrotes.
- ¿Qué haces imbécil? –trataba de soltarse sin éxito.
- ¿Quieres ponerte cachondo? –le señalé a la infectada que se acercaba.
- ¡QUE ME SUELTES! –gritó
Los otros chicos intentaron socorrerle, pero Vidal se interpuso entre ellos y les hizo una mueca amenazante para que no se movieran.
- ¡Joder tío, que me sueltes! –seguía gritando- ¡cómo se entere mi padre te matará!
- Mírala crio de mierda, -le apreté aún más la cara contra los barrotes- ¿ves? Tiene las tetas fuera. Venga hazte una paja ahora.
- ¡ah! –gritó de miedo al ver que se acercaba- ¡mierda tío!
- ¡Vamos! –grité- Mírala más de cerca. ¿Esta buena? ¿Te gusta?
- ¡AHH! –la infectada estaba a menos de dos metros - ¡Ah, mierda!
- Romeo, -se acercó Vidal asustado- ya es suficiente.
Miré enfurecido a Vidal, que me devolvió la mirada. Aquel chico seguía gritando y llorando. Me di cuenta, por el charco bajo mis pies, que se había meado encima. La infectada estaba a escasos centímetros de la cara de Marcos. Saqué mi puñal, y antes de que pudiera tocarle, se lo clave. Se desplomó frente a la verja. Solté al chico, y este salió corriendo. En ese momento, pensé en Silvia, miré hacia la ventana del despacho de Gregorio. Ahí estaba entre las cortinas, observándome. Percibí como bebía de su copa.
- Vidal, -le llamé, nos vamos.
Se sentó en la parte del copiloto. Conduciría yo. Nos abrieron la verja y salimos. A mitad de camino, y sin poder aguantar ya el silencio se lo pregunté.
- ¿No me vas a decir nada? –pregunté expectante
- ¿Para qué? –dijo encogiendo los hombros- no tengo ganas de que me presentes a otra de tus amigas de tetas caídas.
Nos miramos y nos echamos a reír. Me reí como no lo hacía en días. O semanas. Me comentó que en cierto modo se alegraba del escarmiento. Igual no lo hubiera hecho así, pero eso ya daba igual. Pasamos el resto del día, observando varios lugares que podían sernos de utilidad. Las cosas iban a cambiar. Quería que el riesgo fuera mínimo. La experiencia del hospital, supuso para mí un gran esfuerzo. Fuimos más al norte, de lo que normalmente rastreamos. Llegamos hasta la entrada de un pequeño pueblo montañoso. Dejamos el furgón en el arcén, y caminamos hacia un montículo. Desde allí teníamos una visión perfecta de las cuatro casas y poco más que tenía esa aldea. Quizá por el ruido del motor al llegar, varios infectados aparecieron.
- Qué asco los tengo –vociferó Vidal
- Ni te imaginas. –contesté
Bajamos por el lado contrario y rodeamos unas casas de piedra. Lo único que podíamos salvar de aquel lugar era las cuatro latas de un establecimiento dentro de una vivienda. Nos fuimos enseguida. Mientras conducía por aquellas carreteras con tantas curvas, Vidal no dejaba de mirar por la ventana. Este día no estaba siendo muy provechoso, pero adentrarnos de nuevo en la ciudad era un suicidio. Al llegar a una curva cerrada, tuve que frenar de golpe. Un camión estaba bloqueando la carretera. Por la parte delantera vimos a un infectado de rodillas poniéndose las botas con un cuerpo. Se dio cuenta de nuestra presencia y se levantó. Tenía toda la cara manchada de sangre y le colgaba de la boca restos del interior de esa persona. Ambos pusimos cara de asco. Salí del coche, saqué mi puñal y caminé hacia el infectado. Sin darle tiempo a para atraparme lo abatí. Vidal ya estaba fuera también del furgón.
- Romeo, -dijo desde detrás del remolque- nos ha tocado la lotería.
- Deja de llamarme Romeo, -protesté a medida que llegaba a su posición.
Tenía abierta las puertas traseras del remolque. Dentro había pallets y pallets de comida envasada. Se me abrieron los ojos como platos. Y una sonrisa de oreja a oreja que casi me dolía la cara. Dimos la vuelta al furgón, dejándolo a escasos centímetros del remolque. Llenamos el espacio trasero con cajas de aquella comida y bebida. Como no podríamos llevarnos todo, seleccionamos de todo un poco. Aun así, nos pusimos hasta el culo de atún con aceite y unas cervezas. Antes de irnos, me subí al techo del camión. Me senté a disfrutar de un cigarro mientras veía aquellas montañas. Me daban tranquilidad. Vidal se sentó a mi lado con otra lata de cerveza.
- Sé que estas enfadado por lo de tu novia. –se sinceró- De verdad que lo entiendo. Conozco a Gregorio desde hace mucho. Es una persona justa. No comparto algunos de sus métodos, pero como tampoco comparto muchos de los tuyos. Confío en que haya un entendimiento entre los dos, porque la comunidad necesita tranquilidad.
- Tú has visto tanto como yo, como está el mundo en este momento. –le dije- Como esa gente no se ponga las pilas, lo van a pasar muy mal.
- Por eso estamos tu yo. –prosiguió- Debemos protegerlos. ¿Qué clase de personas seriamos si no lo hiciéramos?
- Supervivientes, Vidal. Supervivientes. –suspiré- No sois conscientes de lo que he tenido que hacer desde el principio para sobrevivir. Lo fácil hubiera sido dejar que otros hicieran mi trabajo. Esa gente, por suerte o por desgracia, toda su vida han tenido gente que les hacia el trabajo sucio mientras hacían fiestas y comían bien. Ahora tienen encerrada a Silvia, con razón o sin razón, y la otra parte de conflicto se pasea tocando los cojones a los que curramos.
- No le des ms vueltas a eso, es un consejo. –me puso la mano en el hombro- De verdad, confía un poco más en Gregorio.
El viaje de vuelta a casa fue tranquilo. Apenas tuvimos que pararnos a quitar de en medio infectados o coches accidentados. Cuando nos incorporamos a la carretera que nos llevaría a la comunidad, me fijé en una gasolinera por la que hemos pasado cientos de veces. Siempre me fijaba en la moto negra de gran cilindrada que había en la puerta. En esta ocasión, estaba en un lateral. Viré un poco para acercarme un poco más. Vidal me explicó que esa gasolinera ya la saquearon antes de unirme a ellos y que no encontraría nada. Aun así, me decidí a ir. Aparqué bastante alejado de la entrada a la tienda. Vidal no quiso bajar, lo cual era lo que pretendía. Entré en el local, las estanterías estaban colocadas pero vacías. Golpee varias veces el cristal para asegurarme de que no hubiera infectados. Entré dentro.
- Sé que estas aquí, -dije- sal de donde estés.
Nadie contestaba ni hacia aparición.
- Venga no me hagas ir a buscarte. –supliqué
De detrás del mostrador apareció un hombre con el pelo largo sujetado con una coleta y barba de hace semanas. Con una chupa de cuero y pantalones vaqueros negros. Me di la vuelta al escucharle. Mi corazón latía rápidamente al verle. Incluso creo que mis ojos se inundaron de lágrimas.
- ¿Hermanito? –dijo sonriendo
- ¿Dani? –me alegré
Ambos nos dimos un abrazo fuerte y duradero. Me acordé de Vidal y le dije que nos agacháramos.
- ¿Tienes problemas con ese? –preguntó
Le conté mi aventura desde que salí del pueblo y como nos encontraron los de la comunidad.
- Al final has sentado la cabeza y te has echado novia, -dijo vacilándome.
- Tienes que ayudarme. –le miré serio
- Cuéntame –me dejó que hablara
- La tienen encerrada. Además me han amenazado con matarla si no hago lo que me pidan. Tengo que sacarla de ahí. –le conté
- ¿Qué necesitas? –preguntó- podemos ayudarte
- ¿Podemos? ¿estas con alguien más? –pregunté sorprendido
- Sí. Mama y papa no lo lograron –me contó como mi madre fue atacada por uno de ellos- Pero estoy con Marcelo, Pol, Caterina… y alguno más.
- Ostias que bien, siguen vivos. –me alegre. Eran amigos nuestros del barrio.
- Estamos en un camping no muy lejos de aquí. Quitamos todos los carteles para que fuera complicado encontrarnos. –me contaba.
- Tengo una idea. –dije- Pero es arriesgado.
Salí de la tienda y volví al furgón. Vidal me preguntó porque había tardado tanto y no traía nada. Tuve que mentirle, a medias. Le conté como sacamos gasolina en el pueblo e intenté hacer lo mismo aquí. Pareció convencerle mi explicación. Reanudamos la marcha. Al llegar, descargamos todo y Gregorio nos pidió vernos en el despacho.
- Os felicito por el trabajo de hoy –dijo antes de sentarse en su silla.
- Gracias, -contesté
- No me las des todavía, -dijo con semblante serio- Hoy no podrás visitar a Silvia
- ¿Cómo? –dije enfadado
- Lo que hiciste con ese chico fue improcedente. Hay un proceso abierto para esclarecer lo ocurrido, y te estas empeñando en estropearlo. Por eso, y sirva como último aviso, hoy no la veras. Cierra la puerta al salir. –ordenó
Hice el amago de sacar el puñal, pero Vidal con la mirada me lo impidió. Por alguna razón, le hice caso. Eso sí, al salir, el portazo lo escucharon los infectados de la ciudad como mínimo. Era casi de noche, y fui hasta el lado sur del edificio. Allí había una valla metálica que contactaba con el exterior. Me aseguré que no me viese nadie, y la salté. Caminé por el bosque unos metros hasta el punto donde indiqué. Detrás de varios árboles noté movimiento. Me llenó de alegría volver a verlos.